25.2.10

taller cuento karen

Cuento Problema
Corazón tan malo
- Realmente ya no sé cómo ayudarle señor Rodriguez.
- Necesito escribir algo, deme sólo un instante.
- Mire señor Rodriguez, su situación no es sencilla, entenderá que como abogado de oficio debo atender varios casos, no puedo seguir horas frente a usted en una conversación sin sentido, así que entre más pronto me explique, mejor.
- ¿Le gustan las historias de policías? El otro día estaba pensando en escribir una, era de un policía que nunca capturaba a ningún delincuente ¿se imagina? todos se reían de él…
- Perdone que lo interrumpa, la verdad es que no tengo tiempo para esto. He revisado su expediente, entiendo que su padre cayó en desgracia ¿tiene algo que ver esto con su comportamiento?
- Amo a mi padre, es un buen hombre.
- Lo que se desprende del expediente es que su familia tenía negocios transparentes, pero al quedar usted a cargo empezó a importar licor y cigarrillos de contrabando, su padre se declaró culpable para protegerlo.
- ¿Sabía usted que el padre de Shakespeare fue acusado de comercio ilegal de lana? – replicó Rodriguez, eliminándole importancia a las palabras del abogado-
- No lo sabía y creo que no viene al caso.
- Imagínese, tenían una posición privilegiada y quedaron en la ruina, ¡Ah! como el padre de Cervantes, ambos fueron detenidos, pero en este último caso el motivo era una vieja deuda.
- Vea usted, que coincidencia –comentó el abogado con un interés mal fingido- Señor Rodriguez, ¿podemos avanzar? – respiró profundamente- Existe la posibilidad de que podamos alegar incapacidad absoluta por demencia, las situaciones en las que se ha venido involucrando tienen episodios francamente subnormales. ¿Es cierto que en la mitad de un club de judíos gritó varias veces ¡que viva Hitler!?
- Sólo quería que me obligaran a irme a otro lugar.
- Es extraño, tenía usted una vida absolutamente normal, su esposa al testificar mencionó que solía ser un esposo ejemplar. Disculpe la indiscreción, ¿cuándo empezaron sus tendencias homosexuales?
- ¿Tiene que insistir en ese episodio? Le ofrecí disculpas a ella por eso, no soy el primer hombre que parece heterosexual y resulta acostándose con otro, ¡es usted un ignorante!, ¿Ha leído la carta en la que Goytisolo le ofrece disculpas a su mujer por su homosexualidad?
- No la he leído y espero que modere su tono o dejamos acá la conversación.
- ¡Léala!
- ¡Respóndame! –le ordenó el Dr. Rait, ya sin ningún esfuerzo por disimular su impaciencia- ¿Cree usted que todo fue desencadenado por la culpabilidad que le generó dejar a su familia en la ruina?
- Yo quería un origen humilde, quería tener que luchar por pertenecer a una familia de clase alta, confundir a una mujer pija con una sirvienta, ¡sufrir por mi desgracia! El destino me acomodó en una familia perfecta, pudiente, de padres felizmente casados, ¡ni siquiera la llegada de estos tiempos modernos ha logrado separarlos! Parecen personajes de un cuento infantil, de uno muy malo, un cuento al que ni el más ingenuo de los niños le encontraría gracia.
- Bueno, pues era usted un afortunado.
- ¿Con esa misma mediocridad me va a defender? El dolor es el motor de grandes cosas, es necesario sufrir para poder brillar, la felicidad engendra mediocres.
- Señor Rodriguez, -el abogado cambió dramáticamente el tono de la conversación- aparte de sus negocios ilícitos, bastante graves, sus insultos contra los judíos, extraños pero legalmente insignificantes, quiero que sea usted consciente de que estamos frente a una acusación de asesinato. La señora Estella, su tía, asegura que usted mató a su hermana, es decir, a su propia madre Alberto. No me cabe en la cabeza que un hombre sano cometa semejante atrocidad. He venido para ayudarle, trato de reunir argumentos para demostrar su incapacidad mental, estoy esperando el dictamen forense del juzgado para presentar una defensa sólida, lo único que le pido, por su bien, es que me diga la verdad. -El abogado se puso en pie y con las dos manos en el escritorio acercó su cara a la de Alberto hasta incomodarlo con su desagradable aliento, producto de la mezcla entre café y cigarrillo- respóndame con toda sinceridad, ¿usted, Alberto Rodriguez, la noche del martes 3 de febrero mató a su madre?
- Siempre he tenido una muy buena relación con mi padre, ¿sabía que Javier Marías y su padre eran muy unidos?, es típico que use características de su padre en sus personajes.
- El Dr. Rait estaba atónito, no podía creer la respuesta de su cliente, -¡señor Rodriguez, por favor!-
- Es que no le había contado, él perdió a su madre cuando era muy joven, bueno, no es el único, a algunos les ha ido peor, ¿ha escuchado usted de Juan Marsé? ¿Ya le hablé de él, no? pues lo cedieron, se ve clarísimo el reflejo de esa sensación de orfandad en sus textos.
- Sr. Rodriguez, tengo que partir, esperemos a ver qué nos dice el forense, pediré una audiencia especial al juez para comentarle algunos detalles de su caso, esto es lamentable.
- Por primera vez, desde que estaba preso Alberto dejó ver un gesto de preocupación, llevó ambas manos a su rostro, cubriéndolo casi completamente. Tras una larga pausa, abrió sus manos, levantó la cabeza y adelantando que la respuesta sería positiva preguntó -¿Estoy perdido, cierto?-
- Sr. Rodriguez, volveré a visitarlo pronto, tal vez otro día resulte productiva la reunión –tras estas palabras, el Dr. Rait dio la espalda, lleno de lástima se disponía a cruzar la puerta del pequeño salón -.
- Alberto gimoteó para llamar su atención, tomó aire como si fuera a hacer una reveladora confesión – ¡Dr. Rait! –exclamó- yo sólo necesitaba un tema para escribir, sólo quería ser un gran escritor.

16.2.10

La metamorfosis, según... (Alba Solà)

Honoré de Balzac.

Las primeras luces de una mañana fría y húmeda se filtraban por las cortinas mal ajustadas, ahuyentando las penumbras de la habitación donde dormía Gregory Samsa. Éste se despertó sobresaltado, después de una noche de sueño agitado y confuso. Quiso incorporarse, y sintió una suerte de vacilación en su cuerpo, como un extrañamiento inquietante que le impedía el movimiento más automático. Cuando se vio a sí mismo, sofocó un grito de terror: se había convertido en un monstruoso engendro inhumano, en un enorme insecto repulsivo. Sus múltiples patitas, unas doce en cada lateral de su cuerpo, se movían rápida y espasmódicamente, nerviosas e incontrolables. El duro caparazón que ocupaba su anterior espalda le impedía volverse sobre sí mismo. Se quedó unos instantes paralizado, sin saber qué hacer, ni qué pensar.


Virginia Woolf.

Un oscuro presentimiento rasgó como una navaja sibilante el sueño caótico y agitado que habitaba su mente. Los ojos de Gregory Samsa se abrieron despacio, como si no quisieran ver un acontecimiento que, a pesar de ser terrible, resultara irremediable. La inminencia del mundo cayó sobre sus pupilas, pesada como una piedra o como el muro de una prisión. Otra vez de día, otro día, de nuevo. Pero esta vez no era otra vez. Asustado y atónito, paralizado por un estupor que no pasaba en el transcurrir de interminables segundos, Gregory observaba su cuerpo, o lo que quedaba de él: un enorme torso de insecto con múltiples patitas que se agitaban ocupaba ahora la cama; la cama donde un cuerpo humano, su cuerpo, había descansado, o había intentado descansar, sin encontrar reposo. Ahora era él el que ocupaba ese cuerpo extraño y repulsivo. Ese ser monstruoso es, soy yo.


Thomas Pynchon.

Finalmente, la sábana se corre y cae pesada, como el telón de un teatro absurdo, de en un macabro espectáculo de monstruosidades. Y el monstruo intenta levantarse sobre sí mismo. Sus patas se retuercen violentamente en el aire, luchando contra invisibles pájaros que intentan perforar su caparazón, devorar sus entrañas. Suelta chillidos huecos, chirriantes, para ahuyentarlos y devolverlos a sus pesadillas. Los ojos diminutos y negros parecen agrandarse y empequeñecerse al ritmo de sus jadeos ahogados. La habitación está sumida en una calma impenetrable, aplastante, fría. Los primeros rayos de un sol insípido y estéril intentan rasgar las persianas, ahuyentar las sombras para devolverle a una mañana cualquiera, pero la habitación sigue a oscuras. En ella, Gregory Samsa lucha contra sí mismo, contra sus propias patas, contra sus propios jadeos. Los pájaros revolotean en círculos a su alrededor, pacientes; saben que le falta poco para rendirse.

9.2.10

La Metamorfosis de Javier López

Texto estilo Balzac o realista-naturalista.

Gregorio Samsa despertó tumbado sobre un almidonado colchón de poliéster que era parte integra de la gélida habitación donde dormía desde que era un niño. Las paredes, de tanto blanco casi gris, espiraban su armónico silencio y un olor neutro, en el fondo vacío y miserable. La ventana, de apariencia traslúcida y teñida en motas de polvo, dejaba pasar una luz apenas centelleante, casi inerte. Paralelo, discurría el lánguido existir de Gregorio Samsa, que esa mañana, tras haber sufrido una desconcertante y feroz pesadilla, se despertó convertido en el más monstruoso de los insectos.
“Me duele todo el cuerpo”, pensó.

Texto Virginia Woolf o vanguardista.

Esta habitación viene mirándome extrañamente desde hace meses, como si yo fuera un bicho raro, quizás su influjo tenga que ver con que haya estado soñando aterradoras variedades de mi existencia noche tras noche, con su momento culminante y más violento ayer, que me soñé secuestrado por mi propia familia. Así, es normal que me levante sobresaltado, con el vientre bombeado de tanto ajetreo, la espalda entumecida, las piernas afligidas y la tentación de dejarme caer en este suelo aséptico.
¿Por qué me siento tan fuera de lugar?


Texto Thomas Pynchon o postmoderno.

La comunidad de insectos amaneció sobresaltada aquella mañana. Como tras un sueño intranquilo, cuchicheaban débiles y asustadizas la noticia del día: Si seguías los conductos de ventilación, la primera bifurcación hacia la izquierda y luego todo recto hasta el húmedo descansillo, allí donde debían estar los más jóvenes insectos de la comunidad, descansaba entonces un monstruoso humano, el cual debía ser convenientemente apartado.
“¿Qué cojones ha ocurrido aquí?”, pensaban algunos insectos.

Inicios La Metamorfosis (Gerard Altés)

Antes dejen que pida disculpas a estos tres grandes escritores

Honoré de Balzac

Cuando era demasiado tarde

En un barrio con pretensiones, y poco ventilado de aspiraciones defraudadas, se encontraba la residencia de ancianos Krankenhaus. En la habitación trescientos cuatro yacía Gregor Samsa, aturdido por una insuficiencia pulmonar. Empezó a dar sus primeros pasos desde la intervención, animado por los cuidadores. La vista que tenía desde su dormitorio daba a la parte posterior de la entrada principal de la residencia. Gregor había sido un buen comercial toda su vida. Trabajó para un empresario déspota, con el cual sus padres habían contraído una abultada deuda debido su afán lucroso, y fue a él, a su hijo, a quién hipotecaron su futuro.
Después de un sueño intranquilo, se levantó de la cama. Y allí, en la ventana de enfrente, estaba de nuevo un enorme y melancólico escarabajo, o algún monstruoso insecto por el estilo, que miraba triste la animada calle. Gregor Samsa tuvo un escalofrío, una ternura inesperada lo envolvió, no sabía si era él o el animal, que con su paciencia angelical, cada día se había debilitado más y languidecía. Su vida se había escapado sin dejar paso a la menor queja.

Alfred Döblin

Asolado

Ahora nuestro comercial está en la estación, todos los trenes van a alguna parte, Gregor no sé dónde. Buenos días, aquí estoy, pueden llevarme dónde quieran. Ahora Gregor está en Berlín, empieza a contemplar la ciudad como un pez en una pecera. Qué ciudad, qué ciudad más enorme y qué vida, vida que no ha llevado él. En la bonita y clara habitación de Charlottenstrasse está Gregor Samsa. Gregor, con esfuerzo, levanta la cabeza, sus pensamientos están dispersos, los pájaros siguen peleándose y chillando. Tiempo otoñal. Gregor Samsa se ha transformado en un escarabajo. Todo es aburrido. Paso a paso te vas acercando a lo que te ha ocurrido, te dices a ti mismo mil palabras de consuelo. La desgracia cae sobre mí. Y tú te acercas como un escarabajo, no eres un cobarde, no, eres Gregor Samsa. Mirad como se mueve, centímetro a centímetro. ¿En qué piensas? Se piensa en muchas cosas. Gimotear, lamentarse.


Thomas Pynchon

Unidad de TRAUMAtología Paternofilial

Gregor Samsa se despertó muy aturdido, no sabía dónde estaba. El blanco destacado del entorno le permitió hacerse una idea. Lo primero que vio fue a su padre. “¿Dónde estoy?”, dijo, con una voz aflautada, exactamente en clave de DO. “Tranquilo, hijo. No sabía que las cosas habían llegado hasta este extremo entre tú y yo, estás en la UTP (Unidad de TRAUMA Paternofiliales)”, estalló emocionado. Gregor se sentía débil, tenía una sonda inyectada en el caparazón. Había tenido un ataque aquella noche y se había metamorfoseado en un enorme y abominable insecto. En mitad de unas lentas reflexiones y de las miles de preguntas que se dilataban por su cerebro anestesiado y sedado, un llanto incalmable se oyó en la habitación. En la cama de al lado un hombre alto y corpulento de avanzada edad y de gran elegancia no paraba de berrearle a un grillo inconsciente, enorme y con bigotes largos y bien dibujados “¡¡¡Salvador, Salvador perdona!!!. Mai t’he sabut valorar”, con un reconocible acento ampurdanés. Pocos días después, cuando Gregor ya se encontraba mejor y su padre estaba en casa descansando -el pobre se había quedado todas las noches-, vino su madre. Le comentó que se rumoreaba que habían ingresado de urgencia a un sapo monumental en la UTP, pero no sabían si era Marlon Brando o Sam Shepard.

8.2.10

Incertesa. Noves formes. Anna Brasó

Incertesa. Noves formes. Anna Brasó

Els humans teniu molt clar el dia que naixeu. Sortiu del forat, com qui surt de l'ou. O no, potser no és tan senzill. Quan és que comenceu a ser? Ara em venen al cap els diaris que he llegit de reüll. Totes aquelles discussions sobre l'avortament. Quan és que comenceu a ser vosaltres? Sou realment vosaltres algun cop? Quan us confeccioneu com a éssers individuals? En sou realment? Existiu per vosaltres mateixos? O quan us comencen a definir en un univers que els altres reconeixen bé? Nen. Nena. I jo? Quan començo a ser de veritat?
Ara, amb les meves mans de fusta, he d'escriure un mite sobre la creació. I vull parlar de la creació de mi mateixa, però tinc dubtes gairebé sobrenaturals. Com comença tot? On comença tot? Comencen les coses per si soles? Penso en mi, en els primers moments en què vaig sentir un formigueig. Era al ventre. Tot un seguit d'emocions que se'm recargolaven a l'estómac. Era llavors, jo? Sé que vaig plorar amb llàgrimes de color. Però això va ser més. Primer, el formigueig. Després, un cop sec. No sé exactament com va anar. No tinc ulls. No hi podia veure. I tot el que tinc són sensacions. Sensacions que, ja ho sabeu, són enganyoses. No ens podem guiar, només, per les sensacions. La vida, fins i tot la meva, és més complexe. Com deia, però, primer va venir el formigueig, després uns cops secs, i el lliscar d'una cosa que encara no sé bé què era. Anava passant per la meva pell, fent-me un pilling ultra-modern per l'època. Després, una pasta greixosa, va unir-me les extremitats com si costelles fossin. I sí, llavors, al final de tot, les pessigolles van dur-me a les llàgrimes. Envejosos, eh? A vosaltres sé que el primer que fan és donar-vos cops. Copets. Contra la paret tampoc no us estampen. No fingiu un trauma inexistent. Quan és, però que comencem a ser, nosaltres i vosaltres? Quan és que té lloc la creació? En l'inici del cos, o en l'inici de la consciència? Com neix la consciència si no és a través de les paraules?
Un dia un gat va posar-se'm al damunt. Va deixar anar un regal preciós que empastifar-me. Vaig sentir la pudor, el fàstic. Llavors me'n vaig adonar que jo no era allò. Si hagués tingut veu per cridar, si hagués tingués tingut les extremitats lliures, hauria saltat, bramat, defensat que jo no era un pou d'excrements. L'únic que vaig poder fer, però, va ser moure'm una miqueta, imperceptiblement. Encara no podia fer ús de les extremitats. Ara ja sé que a vegades cal protegir-se, moure's per l'espai. Res d'això, però, no ho puc fer sola. Parlem perquè, en el seu moment, vam necessitar córrer. Recordo haver-ho llegit de reüll a algun lloc. Per tant, allò que va ser primer, no va ser la paraula, sinó el cos.
Jo, però, mai no m'he pogut protegir per mi mateixa, no he pogut córrer mai. Sempre són els altres els que m'han dut d'un lloc a l'altre. Sempre han estat els altres aquells que m'han cobert i netejat. Però, sens dubte, sóc, encara que no hagi parlat mai. De fet, sé que mai no he tingut capacitat de raonar, i que aquestes paraules que escric són projectes del teu propi discurs que rebota contra mi mentre et planteges quin és l'origen de tot. Has desistit a preguntar-te sobre el teu propi origen. Has desistit sobre preguntar-te quan va començar tal història d'amor. I t'has projectat en mi, per tal de preguntar-te quan era que jo començava a ser jo. Doncs mira, jo no sé si vaig començar a ser amb les primeres fustes, amb el primer vímet, o amb la pintura, o en el moment en què el fuster va acabar-me i va dir, ja està, heus aquí la sisena cadira. No, no tinc consciència, no, no tinc ús de les paraules, però jo vaig començar a ser cadira un cop, i des de llavors tothom s'ha anat asseient a sobre, o cagant, com el gat. No, no tinc consciència de llenguatge, ni em van posar una cinta vermella al cap, ni em van fer cap ritual pel fet de ser única. De seguida em van posar amb altres cadires. No era ni la primera ni l'última. Tan sols una més. Clar que, ben mirat, quan el fuster m'estava fent, m'estava fent tan sols a mi. Ara, a moltes altres com jo, ja ni tan sols se les crea centrant l'atenció en elles, sinó que el seu origen és el final de tot un engranatge. Ja no es diu, vaig a fer una cadira, com abans. Ja no hi ha autèntics ebenistes. O molt pocs. Jo no tinc mots, no tinc llenguatge. Però se'ns dubte parlo, parlo encara que sigui a través de la teva ment. Abans jo era només una cadira, només era una cadira, però no per mi, sinó per tu, per tots aquells que us assèieu sense ni tan sols mirar-me. Ara, ara sóc una cadira, una cadira que pensa. Una cadira que pensa a través de la teva ment. Ara puc córrer. Què? Que vols parar d'escriure perquè tot se n'està anant de mare? Que vols deixar-me a qui a mig terreny de la consciència perquè ho trobes tot una mica extravagant. No!! No em deixis aquí ara!! Ara que sé que sóc. Que depenc de tu? Que ets tu qui para d'escriure? Doncs si ho vols para, però algú em llegirà, algú em llegirà i continuaré a través de les seves paraules. Què dius? Que esborraràs el document? Que no em llegirà ningú perquè et fa vergonya?
Ai!! - et sento dir.- Què ha estat això?
De cop t'aixeques i te n'adones. Sóc jo, sóc jo qui t'he mossegat i començo a córrer quan tu t'aixeques pel dolor. Em veus moure les extremitats. M'imagino la teva cara d'atònit, quan veus que faig els primers moviments, i m'imagino que et desmaies, quan, trobo el camí dels primers sons. Tinc el meu propi llenguatge. Un llenguatge que ara codifico, per dir-te que, no et preocupis, que d'aquí un temps, tornaré del viatge, quan jo ja sigui un mite que no puguis esborrar, i jugarem a les cartes, i t'explicaré que tot això, de fet, no ho vaig escriure jo, que tot això, ho he llegit per boca d'algú altre que ho va veure tot. Perquè sí, malauradament, som perquè algú ens veu. I aquest és el nostre origen. La mirada dels altres. La mirada de la qual després ens independitzem, tot i que no deixem de dependre-hi per molt que ens hi esforcem moltes vegades. L'origen és el moviment. L'origen del mite, les paraules. I és així com ens narrem. Fent del tot reals coses imaginàries.

4.2.10

Ejercicio para taller de creación literaria; opción primera. Carlos Talancón.

Conque mi sospecha sí era cierta y el guisado ese que preparaste sí me durmió y me hizo parecer bien muerto, ¿verdad? Y mientras yo babeaba entresueños llegó el otro, (puedo imaginarlo con lucidez), se inventaron algún infarto, lograron librar los trámites y me trajeron a hornearme, ¿o miento? Ni siquiera tuviste el decoro de matarme de a de veras y me dejaste vivir con plena conciencia las mordeduras del fuego, ¿verdad? Y ahora mientras observas la caja hundiéndose seguro que tú, allá arriba, simulas llorar sobre el hombro de aquel imbécil mientras las manos se tocan con discreción, con leves roces que prometen un futuro sin aquel estorbo que ahora tienen bajo sus pies… bien dicen que los deseos son fuego, puedo sentirlo, ahora más que nunca el deseo de imaginar y de tenerte junto, abrazados mientras entramos por las puertas del infierno.

3.2.10

Carta en llamas (Roberto Ramírez, opción A)

En cuestiones de amor, mi madre me dijo que no es bueno jugar con fuego. No le hice caso y ahora me estoy quemando. Me arde tu recuerdo más que tu desdén. Ahora, que estás tan lejos, bronceándote bajo el sol de Las Bahamas, y yo aquí, en el incendio de la soledad, no me queda más que dirigirte estas últimas palabras, que son las últimas naves que quemo en tu memoria, para señalarte como la pirómana que inició la catástrofe.

¡Y pensar que toda la culpa la tuvieron los Talking Heads! Estabas sentada bajo la lámpara de propano, en el restorán de Emilio, cuando sonó la canción. Te movías con el ritmo y me descubriste haciendo lo mismo. Charlamos. Al inicio del siguiente mes, ya éramos amantes. Un año después, la idea del matrimonio no te pareció tan descabellada. A finales de ese mismo año, hablabas de una casa en el campo con tejado rojo y una hipoteca. Después de la compra, ya te había perdido en la bruma de la indiferencia. No te importó carbonizar cuanto de humanidad había en mí, asar mis restos.

Me basta reflexionar solo un momento para darme cuenta de que desde el inicio te mostraste como la flama que baila al capricho del viento, luego fuiste la fogata que me abrigó en el desconsuelo, finalmente te descubriste como ese infierno que todo lo consume a su paso, como el Ave Fénix pero sin capacidad de renacer, solo de envejecer. Es ese final tan silencioso, carente de chispa, lo que me condenó a la hoguera: arremetiste en mi contra como un dragón sin dirección y no pude sortear tus flamas.

A pesar de la crueldad de mis palabras, del ardor que de ellas emana, esta es una carta de amor, escrita con sinceridad y desprecio. He abierto el piloto de la cocina de la casa de techo rojo y un cigarrillo completó el trabajo: te escribo en medio de las llamas, ya puedo percibir el humo que llega desde abajo. Ahora, para el acto final, mientras me enciendo y, al mismo tiempo, me opaco como una cerilla intenta iluminar un incendio en el bosque, voy a brindar con dos canciones: ‘Love-Building on Fire’ en tu honor y ‘Burning Down The House’ en el mío.

2.2.10

(Mito de origen) Las rubias son tontas

(Mito de origen) Las rubias son tontas

Expulsado del paraíso terrenal, Adán tuvo que enfrentarse a las cuestiones existenciales sin otra ayuda que la de su mujer, Eva. Dios ya no se paseaba por las verdes alfombras salteadas de árboles y arbustos con hojas de mil colores en busca de su creación para tomarse un café y departir acerca de lo humano y lo divino. No, Adán estaba solo, con Eva y sin Dios.

Mientras estuvo en el Edén, Adán se contentaba con apuntar sus dudas en una tableta de barro y mostrársela a YHWH cuando estaba llena. El dios de Abrahán, Isaac y Jacob se apoyaba en el tronco de una secuoya y con paciencia se pasaba mil años respondiendo meticulosamente a cada una de las preguntas planteadas por una de sus criaturas predilectas.


Así, Adán pudo aprender directamente del Creador todo acerca de la física, la química, la astronomía, la biología, la zoología, la medicina, la teología, la filosofía y, cómo no, de la literatura.

Ésta última ciencia digamos que le fue revelada íntegramente por Dios. Adán no pudo ni siquiera sospechar que los monólogos con que Eva se relacionaba con él, y que ella siempre empezaba con un “hablemos”, en plural, podían convertirse en arte. La literatura, decíamos, fue una ciencia revelada por Dios para que Adán pudiera, una vez expulsado del paraíso, escribir el mito de la creación.


De lo que Adán nunca pudo hablar con Dios fue sobre mujeres. No porque sólo hubiera una, sino porque antes de abordar este tema, la mujer que Dios había dado a Adán le dio una manzana que los llevó a dormir bajo el puente.


Con el tiempo, Adán percibió que de entre todos los misterios, Eva era el mayor. Eva era especialmente atractiva a los ojos de Adán. Y ella decía que lo encontraba guapo. Eva era esbelta, con curvas, manos pequeñitas y de anchas caderas. Sus labios eran rojos como las rosas y sus ojos, además de tener una propensión inexplicable a soltar lágrimas, escondían un secreto indescifrable.


Adán, fascinado por la belleza de su mujer, se preguntaba porque ella nunca entendía nada. Pero nada de nada. Él se esforzaba en explicarle las cosas, cuando ella le dejaba, y ella parecía que se esforzaba en no entenderlas. Finalmente, Adán llegó a la conclusión inevitable de que era tonta. Muy pero que muy tonta. Pero la cabellera larga y generosa, rubia y brillante como los chorros del oro, le obligaban a perdonarle su falta de inteligencia.


Así que Adán apuntó una serie de preguntas sobre la mujer para ver si algún día Dios podía respondérselas. Adán se hizo un zurrón con la piel de un zorro y siempre llevaba encima su tableta para apuntar todas las preguntas que le surgían acerca de Eva y, si alguna vez se tropezaba con Dios, sacarla en seguida y entregársela a YHWH.


Ese día llegó. Ignoramos si fue la misericordia de Dios que conocía la aflicción de Adán o es que YHWH, sin darse cuenta, se salió de los límites del Edén y cuando vio al hombre ya era demasiado tarde para esconderse. El caso es que Adán sacó la tableta y empezó a disparar.

- Dios, ¿Por qué hiciste a la mujer tan bella?

- Para que te enamoraras de ella.

- Y ¿Por qué tan limpia y ordenada?

- Por lo mismo

- Y ¿por qué…,- y así hizo Adán un sin fin de preguntas hasta que al final le preguntó:

- Y ¿por qué rubia cuando yo soy moreno?

- Adán, ¿no lo pillas o qué? Pues por lo mismo, para que te enamoraras de ella.

- Vale, si todo es para que me enamorase de ella, entonces ¿por qué la hiciste tonta de remate?

- ¡Buena pregunta, Adán! Para que se enamorara de ti, ¿no te parece divino?


Adán reconoció la sabiduría del Creador y lo despidió. Y se puso a pensar en cómo podría reflejar tal verdad antropológica en su relato de la creación. Después de mucha reflexión empezó a escribir el mito de la creación más famoso que se puede leer en los primeros versículos del Génesis.


Gracias a sus conocimientos en todas las ciencias no tuvo problema en describir la formación del mundo y todo lo que él contiene. Sin embargo, cuando llegó el momento de narrar la aparición de la mujer, Adán se paró en seco. Estaba claro que si ese texto iba a quedar para la posteridad no podía escribirlo de cualquier manera. Una explicación sin tacto podría acarrear un grave castigo por parte de Eva. Una ilustración demasiado obvia podría invitar a los hombres a despreciar a las mujeres y a considerarlas inferiores. Adán quería transmitir lo que Dios le había contado acerca de las mujeres pero sin insinuar que la mujer no merece el mismo respeto que el hombre.


La empresa era difícil. Después de darle muchas vueltas, atinó en escribir que Dios sacó a la mujer de la costilla y no de la cabeza de Adán. Eureka! Esta era la mejor metáfora para condensar la larga conversación que tuvo con Dios sobre la mujer. Y es que las costillas se encargan de proteger el corazón, recipiente del amor, la ternura y todos los sentimientos que Eva albergaba por Adán. El hombre por tanto, debía entender que, a los ojos masculinos, la mujer siempre está más preocupada en amar que en pensar y en sentir que en entender.


Lamentablemente, los teólogos se han perdido en la metáfora y han llegado a conclusiones disparatadas de las que recientemente nos estamos recuperando. Desgraciadamente, los hombres siguen empeñados en comprender a las mujeres con la cabeza en lugar de intentarlo con el corazón. Y lo peor de todo, y he aquí la génesis, el mito de que las rubias son tontas sigue presente en el imaginario colectivo.


Ruben SS

(Noves Formes i Nous Àmbits) Laura Collado - NIT DE TERROR AL CAU DE LES BRUIXES

Mai m’hagués imaginat que una cita a cegues pogués donar tan bons resultats. Vaig arribar puntual i ell ja hi era. Portava una camisa negra, d’aire informal, que destacava els seus ulls blaus. Encara que no hi havia res especialment rebuscat en el seu estilisme, em va donar la impressió que potser havia trigat més temps que jo en arreglar-se. No és que no em fes il·lusió quedar amb ell…tampoc és n’esperés massa, d’una cita a cegues, però la meva amiga Sara m’havia dit tants cops que el Blai era tan bon noi, que era tan maco…que ella per què ja tenia al seu Miquel, que si no… en fi, em vaig deixar entabanar.
- Deus ser la Valèria- va dir-me amb posat nerviós, allargant el braç per apropar-me un ram de flors que amagava darrere l’esquena.
- Massa cursi- em vaig dir a mi mateixa, però en el fons ho vaig trobar tot un detall… els nois d’avui dia ja no fan aquest tipus de coses.
Em va dir que havia reservat taula a un restaurant de la zona i ens vam dirigir cap allà. Damunt de la porta de fusta massissa de color fosc, hi havia un rètol, també de fusta, a l’estil rústic, on posava “El Cau de les Bruixes”. Un cop vam entrar, vaig comprovar per què es deia d’aquesta manera. Vam baixar un parell d’escales per arribar a l’interior del local, i allà un cambrer ens va dirigir a la nostra taula. La sala estava decorada emulant l’interior d’una cova, amb roques de cartró pedra, estalactites, teranyines i rat penats. La il·luminació era molt tènue. Si no fos per les espelmes que tenien les taules, jo crec que més d’un s’hagués ficat la forquilla a l‘ull.
- T’agrada?- em va preguntar el Blai quan vam seure.
- M’encanta- vaig contestar-li sense pensar-m’ho dos cops.
Vam demanar el sopar i, mentre esperàvem, vam xerrar una estoneta per a poder-nos coneixer millor. Resulta que teníem moltes coses en comú… qui ho hagués dit, que havia de tenir alguna cosa en comú amb un decorador d’interiors…jo, que era la persona més desastrada del món…
Els primers plats estaven deliciosos, i els segons, encara més. Quan vam arribar a les postres, el cambrer ens va recomanar el pastís de poma, l’especialitat de la casa. Jo ja estava tan tipa que no podia més, però el Blai en va demanar una porció.
Estàvem a punt de demanar els cafès quan el Blai es va començar a inflar i a posar-se vermell com un tomàquet. Jo, molt nerviosa, li preguntava, gairebé cridant, si era al·lèrgic a alguna cosa. Ell no podia parlar, però va assentir amb el cap. Buscava al cambrer, però com que era tan fosc, no el veia. M’hagués aixecat, però no volia deixa sol al pobre noi. Desesperada, vaig cridar que algú truques a una ambulància. El cambrer, al sentir els meus crits, va venir de seguida, i al veure la cara que feia el Blai, malgrat la foscor, es va espantar i va fugir a demanar ajuda.
Li vaig agafar la mà, dient-li que es calmés i que intentés respirar, però tenia la gola inflada i li era gairebé impossible. Els seus enormes ulls blaus estaven molt oberts, suplicants, com si m’estiguessin demanant perdó per el mal tràngol que m’estava fent passar. A mi se’m trencava el cor de veure’l d’aquella manera. Li deia que no es preocupés, que estava a punt de venir un metge, que el proper cop que quedéssim ens riurien de tot el que estava passant. Ell, sense poder sentir les meves paraules, va tancar de cop els ulls i va perdre el coneixement. Vaig córrer al seu costat, aterrida, sense saber què fer. Just en aquell moment van arribar els serveis mèdics, acompanyats del cambrer, que no parava de fregar-se les mans, amb actitud nerviosa. Un dels infermers em va preguntar si era al·lèrgic a alguna cosa i jo li vaig contestar que sí, però que el Blai no m’ha havia arribat a dir a què. Me’n vaig recordar que tot havia començat després del pastís de poma. Quan va escoltar això, l’infermer, amb actitud freda i serena, li va preguntar al cambrer si el pastís portava fruits secs. Ell, tímidament, li va respondre que sí, però que només una mica per donar-li consistència a la massa i que gairebé ni es notaven. Ni l’infermer ni jo vam escoltar les excuses del cambrer. Jo, per què estava massa nerviosa i ell per què s’havia girat cap al seu company, que ja estava omplint una xeringa d’una solució transparent.
- No et preocupis - va dir-me l’infermer, després de posar-li la injecció i tornar-li a prendre el pols - ha patit un xoc anafilàctic, però es posarà bé.
- Encara no es desperta… - vaig dir-li jo, sense poder parar de tremolar.
- Ja es despertarà- deia l’infermer, sense perdre la calma. Els meus ulls es van dirigir cap al seu ajudant, que estava muntant la llitera plegable.
- Ens el durem a l’hospital, per a que li facin un cop d‘ull.
-Anem - vaig dir, agafant l’abric del Blai, el meu, i la bossa de mà. La vaig obrir per a agafar el moneder i pagar el sopar, però el cambrer em va aturar, dient que li sabia molt de greu el que havia passat.
El camí a l’hospital es feia interminable. Anava a la part de darrere, al costat del Blai, agafant-li la mà, encara que no es donés conta.
- Segur que és normal que no es desperti encara? - vaig preguntar-li a l‘infermer, convençuda de que alguna cosa no anava bé.
- Ja es despertarà - va contestar-me amb indiferència, com si estigués boja.
Se’m va ocórrer una idea, d’allò més ridícula, que no se m’anava del cap. Com que l’infermer estava mirant cap a altra banda, em vaig apropar al Blai i li vaig fer un petó. Dos segons després, les seves parpelles van començar a moure’s lleument i, tot seguit, va anar obrint els ulls a poc a poc. Jo encara no m’havia incorporat, així que el primer que va veure va ser a mi.
-T’estimo - va mormolar.

PROFECÍA (Carlos Gámez, Mito de origen, Noves formes)

-Ya casi ha terminado de cenar. ¿Por qué te fuiste?

-¿Preguntó por mí?

-¿No sabías que sí?

-No seguiremos adelante con este asunto. Él domina ambos lados de la fuerza. Es un Maestro. Alguien sobradamente preparado para el combate. Nos descubriría y nos entregaría al Consejo.

-Pero, ¿y nuestro futuro? ¿Y nuestro hijo que está en camino? ¿Acaso ocupará él nuestro lugar en la galaxia con su descendencia? ¿Dónde quedó tu coraje?

-Por favor, calla. Tengo el valor que se espera de una princesa. Y me atrevo a hacer todo lo que es propio de un hombre. Soy yo quien da estabilidad al Senado de la nueva República. Pero entiéndelo Han, se trata de mi hermano. Y mi instructor Jedi. Alguien que confía en mí. Él mismo nos casó. Iba a ser el padrino de nuestro hijo.

-¡Ja! ¿Cuál fue, Leia, la idea que te hizo proponerme este plan? ¿Lo recuerdas? Hablaste de la profecía. De que Luke era peligroso, como vuestro padre, que sería incapaz de controlar su voluntad llegado el momento y acabaría siendo atraído por el Lado Oscuro. Dijiste que su futura esposa sería una Sith, con lo que sus hijos formarían parte de la misma amenaza. Me explicaste que el Skywalker que traería el equilibrio a la fuerza veinticinco mil años después del vaticinio pronunciado por los primeros Jedis no era tu hermano sino tú, en contra de lo que pensábamos todos. Y yo te creí.

-Porque es cierto.

-Pero ahora te echas atrás.

-Es que, ¿y si fallase?

-¿Quién? ¿Nosotros? ¿Los Solo? Tensa las cuerdas de tu valor y no fallaremos. Confía en esa profecía que tantas veces has mentado en los últimos tiempos. Es la que guarda la verdad. Esos viejos Jedis, nada menos que los fundadores de la Orden, no pueden estar equivocados.

-Tengo miedo.

-¿Por qué? ¿Qué no ejecutaremos contra Luke una vez esté indefenso durmiendo en su cama?

-Alguien puede sospechar.

-Para engañar al mundo, toma del mundo la apariencia. Procúrate el aspecto inocente de la flor que, como princesa, eres. Pero se la víbora que oculta.

-Con cuidado, porque Luke es poderoso. Cada vez más. Puede percibir nuestra traición con sus facultades telepáticas. Entonces su generosidad se transformaría en crueldad. Acabaría con nuestras vidas sin el menor titubeo. Le he visto otras veces ejecutar a sus rivales de forma despiadada. Dicen que así se comportó con nuestro padre, aunque después nos diera una versión tan bondadosa de los hechos que hasta exculpaba al Lord Vader de todo su pasado de maldad.

-Deja que sea yo quien se ocupe esta noche de nuestro gran proyecto. Llegarás a ser Jefe de Estado de la Nueva República. Lo intuyo. Y gracias a ese nombramiento y una vez elminado Luke y su peligrosa Nueva Orden, el dominio soberano y el poder serán nuestros.

-Si todo terminara una vez hecho. Si pudiera el crimen frenar sus consecuencias.

-Eso es algo que no está en tu mano.

-No sé como podré llegar a hacerlo.

-Mantén en tus ojos la serenidad. Deja lo demás a mi cuidado. Ya supiste utilizar la fuerza en otras ocasiones. Y actuaste con temple y con valor. Como aquella vez en que estrangulaste a Jabba gracias a tu cadena de esclava.

-Es cierto.

-O cuando soportaste sin abrir la boca las torturas de Darth Vader, tu padre. Para que luego vayas confiando en la familia.

-Tienes razón.

-Y hasta yo estuve a raya cuando creías que te enfrentabas con un sinvergüenza.

-Por suerte, te estás convirtiendo en un padre de familia modélico.

-Pues te encuentras ante otra oportunidad de demostrarlo. La de ocupar el lugar que te pertenece en la Nueva República.

-Entonces, está decidido. Concentraré todo el poder de la fuerza en este horrible acto. Adelante y engañemos a todos fingiendo inocencia: que esconda el rostro hipócrita lo que conoce el falso corazón.

-Bien dicho. Ahora volvamos a la cena.

1.2.10

8:30 am (Maribel Ruiz-Opción B-Taller de escritura Manel Ollé)

8:30 am (Maribel Ruiz -Opción B)
8:30 am. Los tabiques del apartamento se estremecen sucumbiendo al portazo que anuncia que Ana acaba de abandonar la casa. Sólo entonces, Luís abandona su trinchera en el baño y corre hasta el ventanal que da a la plaza. Se concentra en calcular el tiempo que Ana tardará en alcanzar la calle. Empieza a contar, ralentizando poco a poco la respiración, intentando acompasar los latidos de su corazón al ritmo de los pasos que su mujer estará dando al descender la escalera.

Un minuto más tarde, la figura de una Ana que corre bajo la lluvia entra en su campo de visión. Luís la sigue con la mirada hasta verla desaparecer tras una esquina, satisfecho de comprobar que, gracias a la discusión, Ana ha olvidado su paraguas. El rencor de las palabras pronunciadas flota en el aire.

Luís se abandona al sentimiento de odio que, de un tiempo a esta parte, crece inexorable en su interior. Se imagina a Ana empapada e indefensa bajo la tormenta y descubre que le encanta la idea. En días como hoy sabe que podría matarla. Le resultaría tan fácil. Después de tanto tiempo juntos, conoce sus puntos débiles. Bastaría, por ejemplo, con hacer desaparecer su inhalador coincidiendo con alguna de sus crisis más severas de asma. Sabe que tal vez esto no la mataría, pero el mero hecho de verla con el rostro amoratado y retorciéndose ya valdría la pena. Desafortunados accidentes ocurren todos los días.

8:50 am. Luís llega tarde. En menos de cinco minutos se ha vestido y alcanzado el portal. Ya en la calle, descubre con desagrado que él también ha olvidado su paraguas. Enfundándose la capucha del anorak emprende el camino que, sólo unos minutos antes, habrá recorrido Ana. Se la imagina corriendo, como alma que lleva el diablo, en un desesperado esfuerzo por poner distancia. Pero esto es imposible -se dice mientras camina- y los dos lo saben, desde el preciso instante en que decidieron permanecer juntos con la secreta esperanza de que fuese el otro quien abandonara, el que dijera basta.

10:38 am. En la oficina, Luís no logra concentrarse. Lee y relee veinte veces el mismo correo sin asimilar una sola palabra. Se pregunta qué estará haciendo ahora Ana, con suerte tal vez comparta su mismo humor de perros y haya decidido rendirse por fin. Tiene que hacerlo.
Marca su número. Corta la comunicación sin esperar a la señal. Vuelve a marcarlo. Contiene la respiración. Esta vez consigue aguantar hasta el tercer tono. Cuelga al oír su voz.
La mañana transcurre interminable y el reloj se resiste a marcar la pausa para la comida. Hoy sólo la ha llamado cinco veces.

14:30 pm. Luís se reúne con unos compañeros en la cantina. Los meses de práctica le permiten ocultar su irritación tras un rictus que se confunde con el sarcasmo. Una rubia de Contabilidad se sienta a su lado. El penetrante perfume con el que se ha rociado envuelve a Luís en una suerte de letargo, arrastrándolo a entablar conversación con ella. Enfundada en sus pinturas de guerra, la rubia se eterniza en un inagotable parloteo. Antes de los cafés ya le ha anotado su teléfono en una servilleta. Luís se lo guarda en un bolsillo y abandona la mesa pretextando trabajo.

Ana nunca se pintaría tanto.

18:45 pm. Luís se ha quedado solo en la oficina. Hace horas que terminó pero se resiste a marchar. Tiene que hacer tiempo como sea. No puede regresar el primero.
19:33 pm. En el metro, la multitud se agolpa en el andén. Luís logra colarse en el último vagón antes de que el convoy cierre sus puertas. Con mucha dificultad, se hace con un hueco en un rincón. Imposible quitarse la chaqueta. Luís se resigna a sudar, maldiciendo a los políticos que animan a utilizar el transporte público.
En la siguiente parada el vagón se vacía un instante para dar paso a un nuevo alud de viajeros. Una pareja de mediana edad queda encajada a su derecha. Luís saca un libro de la cartera e intenta concentrarse en su lectura.

20:05 pm. El escandaloso silencio de la pareja termina por llamar su atención. Con el libro todavía en la mano, Luis levanta la vista. Entonces descubre que sus compañeros de viaje están inmersos en una apasionada y muda conversación. El hombre dibuja palabras en el aire, con el ímpetu del que tiene mucho que explicar y la mujer le observa embelesada, asintiendo feliz a cada una de sus calladas afirmaciones. Sólo en ocasiones, toma ella el relevo en la charla, deteniendo delicadamente la mano de él con la suya, para pasar a dibujar a su vez, signos más pausados y rítmico.Luís cree ver como las palabras salen por la yema de los dedos de la mujer y vuelan hasta colarse por el oído de su acompañante; que seducido por ellas, la rodea con ternura por la cintura. Intenta recordar la última vez que Ana lo miró con esa misma expresión devota. Es posible que no lo llegara a hacer nunca -concluye- y si lo hizo, fue hace tanto que ni se acuerda. Y aunque su cabeza no logra rescatar del olvido la imagen de una Ana incondicionalmente enamorada, una absurda sensación de certeza le asegura que así fue.
20:25 pm. En algún momento que no sabe precisar, Luís ha salido del metro. Tampoco recuerda el instante en el que ha llegado por fin a la plaza, desde donde observa ahora el balcón de su casa. La luz de una bombilla se cuela a través de los cristales del ventanal. Ana ha regresado.

20:30 pm. Luís sube las escaleras de dos en dos y alcanza el rellano del segundo piso sin aliento. Con mano temblorosa introduce la llave en la cerradura y abre la puerta, procurando no hacer ruido. Recorre el pasillo en penumbras hasta alcanzar el salón. Ana está sentada leyendo una revista y no ha advertido su presencia. Luís se acerca en silencio y se arrodilla ante ella, colocando las manos sobre sus ojos. En un respingo, Ana deja caer la revista e intenta liberarse de la improvisada venda. Entonces cuando Luís desliza las manos hasta su cuello y empieza a apretarlo con progresiva fuerza. La expresión de sorpresa de Ana se transforma en horror y su lucha por liberarse pronto se revela inútil. En un último gesto de conciencia, Ana levanta una mano y la deja caer, dibujando una súplica en el aire.

El silencioso mensaje de socorro termina por colarse en la mente de Luís, que logra, al fin, rescatar del olvido la imagen de una Ana incondicionalmente enamorada.

Mayo de 1971 (Carlos Chacón, Mito de Origen. Nuevas formas)

Las mañanas de principios de mayo de 1971 debían ser unas mañanas frías, porque John Lennon aparece en el estudio con abrigo, aunque no mete los brazos en las mangas, sino que lo lleva sobre los hombros, a medio quitar. También es una mañana de viento, porque lleva el pelo alborotado cuando los técnicos le ven entrar y le dan los buenos días y él, ausente, responde cualquier cosa. O quizás no ha dormido en absoluto, y de ahí la la cara descompuesta y el pelo despeinado. Tiene una expresión ausente y urgente, como si estuviese reteniendo un conjuro de magia que amenaza con esfumarse en cualquier momento.


Se quita el abrigo y lo deja en el sofá de la cabina, a continuación entra en la sala de grabación y los dos técnicos le siguen: no están acostumbrados a ese silencio, inaudito en Lennon. Unos instantes después aparece Phil Spector y le pregunta “qué tal, John”. Lennon ya está sentado al piano, mira a sus compañeros de estudio y en ese momento parece un niño tímido, que duda en mostrar un dibujo de trazos quebradizos. Dice que se le ha ocurrido una canción y empieza a tocarla como se toca, por primera vez, un cuerpo desconocido.


Do, fa, do, fa, nada del otro mundo, empieza a cantar como se canta a las once de la mañana. Al minuto los dos técnicos buscan algo donde apoyarse (tal vez han asistido a demasiadas revelaciones fallidas y ya son inmunes a las epifanías) y Spector bosteza y disimula. Lennon duda, se equivoca, se detiene y falla en algunas teclas. También duda con la letra. Alguien incluso chasquea la lengua, impaciente. Entonces se detiene, quizás porque se da por vencido o tal vez porque cree que el corazón de la canción ya ha sido revelado.


Los dos técnicos se miran, pidiendo mútua ayuda, pero nadie dice nada hasta que tiene que ser el propio Lennon quien pregunte “qué tal”, y entonces Spector, con la taza de café todavía en la mano, y con el gesto de quien tolera el capricho de un niño e intentando no resultar demasiado ofensivo musita “no está mal, tal vez quepa en el disco”.


- ¿Tiene título? - le preguntan.

- Bueno... Imagine.

El origen de la ignorancia (mito, nuevas formas)

El origen de la ignorancia (ejercicio nuevas formas, nuevos ámbitos. Karen Vinasco)

Al principio todos eran iguales, ni superiores, ni inferiores.

Sofo, decidió explorar, el Dios Cervanto lo iluminó para que aprendiera a escribir con el fin de que sus descubrimientos permanecieran en el tiempo. Le pareció entretenido a Sofo dejar algunos mensajes escondidos, sin embargo, previendo que su vida no era eterna y que tal vez algunos no tendrían el talento suficiente para descifrar sus claves indicó a su amigo Engreo los símbolos escondidos en sus textos.

Sofo vivió más de lo esperado, el tiempo suficiente para encubrir muchos hallazgos, no los ocultaba con soberbia, lo hacía por diversión, consideraba la futura felicidad de sus coterráneos al vislumbrarlos.

Al morir Sofo entendió Engreo que era el responsable de divulgar los códigos con eficacia, ya no era tan joven y si lo tomaba por sorpresa la muerte los escritos se entenderían como meras historias, perdería sentido el tiempo que le llevó a Sofo el estudio de los temas sutilmente enmascarados.

Emprendió Engreo su tarea con entusiasmo, le contó a su hermano Telo en primera instancia la historia que se escondía bajo dos o tres textos, al soltar la lengua tuvo la ligera sensación de perder estatura, veía a su hermano cada vez más parecido a él, iba expirándose ese aire de superioridad que siempre inhalaba al pasar por su lado, casi levitando.

Telo le insistió en nuevas reuniones que le permitiera interpretar el resto de los textos, Engreo indagaba con malicia su entendimiento y se reía ante los relatos novelescos de Telo. La risa lo elevaba, su pecho se hinchaba y para evitar perder altura decidió guardar en un cofre las claves secretas. Ya no todos medían lo mismo, el metro marcaba nuevas líneas distanciadas por unidades de conocimiento.

Sofo perdió su tiempo, fue reconocido por entretenidos relatos novelescos, pasaron muchos años para que algunos encontraran sus códigos, sólo algunos, los maestros, los compartieron.

sirg anigáP (Wílmar Cabrera Pinzón - Ejercicio sobre mito de origen, para Nuevas Formas)

sirg anigáP (Wílmar Cabrera Pinzón - Ejercicio sobre mito de origen, para Nuevas Formas)

Solo hay este muro, orum etse yah oloS. Todo es gris. En este lugar solo hay dos dimensiones. Nosotros somos un plano. Vertical y horizontal. Nuestra libertad para hacer algún movimiento está limitada por este espacio, pero somos libres. ¿Es un espacio? Parece que estuviéramos atrapados, pero fuimos, de forma sutil, trasladados aquí. ¿Cómo? Todavía no me lo explico. Somos libres dentro de esta especie de esclavitud. Vemos el mundo, del que fuimos sustraídos, por esta especie de ventana. Es gris como todo en este lugar. ¿Dónde estamos?

Poco a poco me voy dando cuenta. Aquí no hay noción de tiempo. Yo soy Dobleuve, en aquel otro mundo fui periodista. Llevaba una vida normal. Jugaba fútbol los domingos y entre semana corría detrás de la noticia. Entonces bromeaba con mis compañeros de redacción. Les decía que “esas cosas, que llaman noticia, siempre esperarían al periodista, pues la noticia sin periodista, no es noticia; en cambio, el periodista sin noticia, sigue siendo periodista. Tengo un carné que lo afirma”. Les decía y reía con sorna. Quería gestar el nacimiento de otro tipo de hacer periódicos. NPR le llamé. Nuevo periodismo relajado. Periodismo sin estrés. “Porque la verdad se inventa y la mentira es una gran falta de imaginación”, les repetía en medio largas jornadas de cerveza y café. Pero me tildaron de anormal. Por eso comencé a ponerle respuestas a mis entrevistados que no contestaban. A expresar opiniones que los protagonistas de esas noticias no decían, porque no les alcanzaban las palabras o la rapidez mental. Comencé a hacer ficción dentro de la realidad. ¿Acaso la realidad no es otra ficción avalada por los diarios? Hasta creamos, en contraposición a la seria y acartonada Unidad Investigativa, la leve e informal Unidad Especulativa de El Tiempo, el principal diario del país donde vivía. Nuestra razón no era ser fiel a los hechos sino a nuestra capacidad de crear hipótesis sin base real. Nuestra razón era ser fiel a lo escrito. Ahí fue cuando, los de aquí, establecieron comunicación conmigo. Yo no contesté, el hecho de que te contacten, ya es decir sí. El hecho de que te hablen los seres de este lado, ya es decir que estás aquí. Todo es gris. Cuando escribo, para que me entiendan los que vienen a ver esto, ísa ogah ol. Lo que al principio ratcader are olos, ahora ya lo hablamos. Y lo digo en plural porque no soy solo yo. Hay más como yo aquí. Hemos creado un idioma para comunicarnos. Y lo hablamos, suena raro, orar aneus. Pero uno se acostumbra. Además, aquí no hay tiempo.

El otro día conocí a CeChe. También en el otro mundo, como yo, era periodista. Y me contó algo parecido. Poco a poco fue metiéndole a sus historias -noticias para otros-, pequeños cosas que se inventaba. El color de una puerta, el color de una pared. Un gesto en la cara de una persona. “Nadie lo notó”, me dijo. “Es más, hasta llegaron a felicitarme por ser ‘muy observador, ahí radicaba el buen periodismo’. Yo no lo podía creer”. Y como el adicto a una droga dura, cada vez necesitaba más y con mayor regularidad, meter algo de su propiedad se hizo algo vital. Cuando no lo hacía, el artículo cojeaba. Así termino escribiendo noticias inventadas, en su totalidad, que a los lectores de ese diario les gustaban más que las escritas en otras secciones. “Este si tiene olfato de periodista”, decía su director, orgulloso, frente a toda la redacción. Creo que por eso está aquí.

Nuestros guardianes -no sé si esa es la palabra correcta-, como frailes de monasterio, van y vienen. A veces nos hablan. A veces no. Caminan entre nosotros. Los veo pasar de vez en cuando. Allí están. Deere: preciso y diplomático; Eefe: introvertido y sagaz; Jotace: joven y elocuente experto en muertos; Jotamas: veterano y experimentado con aires de Quijote; Jotai: elegante y de buen tono; Emeo: observador y crítico; Emege: he tratado poco con él; Josemi: sensiblemente poético; y Jotaa, este último es el que más habla, parece apóstol en el Día Final.

Aquí no comemos lo del otro mundo. Nos alimentan literalmente de lo que allá se conoce como libros. Lo último que me comí fue Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos. Bien podría definirse como un platillo de cocina experimental, tipo los que hacía Ferrán Adría, en el otro mundo. El plato de Martín-Santos es bueno, sabe a todo Madrid. No deja nada por fuera. Dan ganas de comer más, y eso que al principio no sabes que estás probando. Hay que rumiarlo bastante para que se digiera. ¡Ah! También nos dan letras como postre. Pero a mí no me gusta la hache, no sabe a nada.

A propósito de comida. No solo somos periodistas los contactados. También está Jotale, un chef que comenzó a hacer cosas nuevas en la cocina de Jerez, pero el pueblo le quedó pequeño. Tonice, un abogado que creó nuevas formas de interpretar el derecho, pero sus compañeros lo juzgaron y penalizaron. Emere, una filóloga que descubrió nuevas palabras, pero no fueron aceptadas y casi muere en la hoguera de la Real Academia de la Lengua, esa otra inquisición, con sus Torquemadas, que existe allá. También, entre otros, están: Efere, una marinera italiana que le puso nuevos nombres a mares por donde nadie había navegado antes, y su compatriota Emele, que fue expulsada de Cerdeña por tratar de conjugar una nueva lengua entra el sardo y el italiano. Tampoco hay que olvidar a Emely, un peruano lingüista que le ponía sonidos diferentes a las letras del establishment en su país y que tuvo, antes de estar aquí, pasar por el exilio parisino.

Hay otros, sorto yaH. Muchos más, claro; oralc sám sohcuM. Aquí, dentro, vamos y venimos. En estas dos dimensiones: vertical y horizontal. ejasnem etse rednetne arap esracreca la sarac sal namrofed es omóc, odnum-anatnev atse ed etnerapsart sirg le rop oev arohA. Si estás leyendo esto, quizás si esfuerzas tu mirada, me puedas ver entre líneas. Sí, aquí estoy. Mientras eso, yo estoy viendo tu cara deformarse como en esos espejos de feria o circo. Veo tu nariz gigante y tu cabeza chiquita. Casi que la puedo tocar.

A pesar de lo gris y lo limitado del espacio, me gusta estar aquí. Es estimulante. Sin embargo espero volver allá, donde estás tú. Cada vez estamos más alimentados, la especie de religiosos que nos guían me han dicho que nos devolverán cuando cada uno de nosotros pueda caminar sobre su propia letra. Cuando cada uno de los que estamos acá pueda escribir sus propias poesías, cuentos, ensayos y novelas. Cuando nos encontremos a nosotros mismos, que al final es como definir nuestro propio estilo. Por el color de aquí, del espacio que rodea este mensaje, Ahora solo tengo una pregunta: ¿Será que Josep Pla, en su momento, también estuvo metido aquí y de ahí El cuaderno gris?

Asensio y yo (Javier López, ejercicio de Nuevas formas y nuevos ámbitos)

Asensio y yo.

La última vez que vi a Asensio yo tenía veinticinco años. Ahora, cumplidos los veintiséis, seguimos sin coincidir. Para no exagerar, realmente solo llevo más dos meses y medio sin saber de él. Es un asunto incómodo pues, no obstante, se trata de mi compañero de piso. De pequeña, me enseñaron que las personas con las que vives deben ser algo más que las personas con las que vives. Recuerdo una época acorde a ese ideal, cuando convivíamos en el salón la mayor parte del tiempo que pasábamos en casa, cuando los compañeros de piso no se parecían a esa gente con la que coincides en el metro. Veíamos películas en el salón, compartíamos cervezas, reconvertíamos insulsas tardes de domingo en un nido de confesiones. De eso hace ya un par de años. Ahora, solo existimos en el estrecho margen de nuestras habitaciones y el salón se ha convertido en un páramo. Es la vida, que transcurre a tal velocidad que en poco tiempo debes redefinirte, replantearte el sentido de tu existencia, yo misma lo hago, y claro, no hay un alma que se arraigue a un lugar, no hay quién permanezca más de dos estaciones en un piso ubicado en la gran urbe. O quizás no tenga nada que ver con eso, qué se yo, quizás responda estrictamente a cuestiones prácticas y por eso la gente se va, quizás no les guste el frío polar del piso, el ventanal, que es inmenso y no nos hemos preocupado de ponerle cortinas o que tengamos un fregadero a baja altura y acabemos con las espaldas destrozadas. Del tráfico de rostros en el que de un tiempo a esta parte se ha convertido este quinto derecha, Asencio es el único que apostó fuerte por otorgarle una identidad, aunque como ahora, se trate de una identidad fantasma.

Hoy, su trabajo le ha absorbido esa esencia vital de la que hacía gala tiempo atrás. Los nuevos compañeros de piso, Eva y Jorge, instalados en sus habitaciones desde hace tres semanas, ni siquiera le han visto. Entienden que existe gracias a mis referencias, a mi nostálgica evocación hacia otros tiempos, a que me han añadido en su cuenta del facebook y han visto fotografías de Asensio cocinando espaguetis, en el salón, por los pasillos o una que tenemos cada uno con un sombrero. Porque Asensio es muy de llevar sombrero. De sombrero, gabardina y bufanda, para ser exactos. Me recuerda a John Turturro en aquella adaptación al cine de un relato de Stephen King. La realidad es que su aspecto ha cambiado. Ya no es tan jovial ni recuerda a un chico extraído de la campaña de marketing del pull&bear, ahora podría pasar inadvertido en una foto del paisaje urbano, sus tonos al vestir oscilan entre el gris y el marrón oscuro, a veces negro o verde cacería… pero los naranjas, amarillos, azul cian o rojo han pasado a mejor vida. Hasta su mirada era lánguida la última vez que lo vi.

Se nos hace difícil coincidir, a él lo explotan en el trabajo tarde y noche, yo estudio por las mañanas. Cuando me levanto, él duerme, cuando duermo, él ronda por el piso. Él es un amante de la noche y yo no sé vivir sin el calor del sol. Nuestro presente es un destello reminiscente desde que otra realidad se ha impuesto obligándonos a vivir a su manera. O de otra forma, cada uno se ocupó en su ritmo de vida y el resto quedó hacinado en algún rincón de la memoria. En abstracto, un piso compartido es el arte de compartir mundos. De elegir qué parte de ese mundo se puede compartir y qué otra conviene no hacerlo. Lo malo es cuando esos mundos se encierran en sus habitaciones y sólo se oxigenan en el momento de ir al baño, cocinar o poner una lavadora. De Asensio ya no recuerdo su mundo, será cuestión de sentarnos uno de estos días y tomar café al calor de la estufa, como antaño.

Al menos aún me quedan las noches, desde la vigilia sigo disfrutando con él, de los pasos de sus botas militares decididas a abarcar el eco del pasillo, del sonido del calentador de gas mientras toma una ducha, de esas inconscientes conversaciones que mantiene a altas horas de la madrugada a través de su teléfono móvil o del sonido de los platos cuando le da por fregar. Asensio siempre ha sido así, irregular como los dientes de un serrucho.

Y eso es difícil de entender. Su espectral vida ha acercado la paranoia a quiénes les rodean, Eva, sin ir más lejos, me abordó ayer preguntándome acerca de detalles intrínsecos a la vida de Asensio; que cuál es realmente su procedencia, que cómo se llamaba su última pareja, el número de su talla de zapatos… como si yo lo supiera todo de él. Quizás se sienta atraída por Asensio y crea sabiendo más, aumentarán sus opciones a la hora de acercarse a él. Y no se trata de eso. En realidad, uno es libre siempre y cuando respete las libertades ajenas. Y Asensio nunca ha infringido esa norma básica, por tanto, no podemos exigirle una convivencia comunitaria ahora que anda tan ajetreado, siempre trabajando. Si comparte la vida a sorbos, es asunto suyo. Por eso me extrañó también que Jorge viniera quejoso porque la habitación de Asensio siempre estuviera cerrada. Y más que lo estará si anda fisgoneando. Además, es de lo más normal si andas un par de días de viaje o te quedas en casa de algún amigo.

De cualquier modo, esta mañana he entrado en su habitación para procurarle algo de ventilación. Como habitúa, sus persianas estaban echadas y parecía de noche. Apenas había ropa y sobre su cama yacían revueltas las mismas sábanas que cuando llegamos al piso, qué tiempos aquellos. En la mesa se contaban algunas latas vacías de cerveza y nada más. Ha quitado incluso los posters que adornaban la pared, ¿redefiniéndose, quizás? Ay, Asensio, siempre viviendo con lo mínimo, entendiendo que la vida no descansa en lo material sino justo en otra parte, qué será de mí el día que decidas irte de veras.

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