1.2.10

8:30 am (Maribel Ruiz-Opción B-Taller de escritura Manel Ollé)

8:30 am (Maribel Ruiz -Opción B)
8:30 am. Los tabiques del apartamento se estremecen sucumbiendo al portazo que anuncia que Ana acaba de abandonar la casa. Sólo entonces, Luís abandona su trinchera en el baño y corre hasta el ventanal que da a la plaza. Se concentra en calcular el tiempo que Ana tardará en alcanzar la calle. Empieza a contar, ralentizando poco a poco la respiración, intentando acompasar los latidos de su corazón al ritmo de los pasos que su mujer estará dando al descender la escalera.

Un minuto más tarde, la figura de una Ana que corre bajo la lluvia entra en su campo de visión. Luís la sigue con la mirada hasta verla desaparecer tras una esquina, satisfecho de comprobar que, gracias a la discusión, Ana ha olvidado su paraguas. El rencor de las palabras pronunciadas flota en el aire.

Luís se abandona al sentimiento de odio que, de un tiempo a esta parte, crece inexorable en su interior. Se imagina a Ana empapada e indefensa bajo la tormenta y descubre que le encanta la idea. En días como hoy sabe que podría matarla. Le resultaría tan fácil. Después de tanto tiempo juntos, conoce sus puntos débiles. Bastaría, por ejemplo, con hacer desaparecer su inhalador coincidiendo con alguna de sus crisis más severas de asma. Sabe que tal vez esto no la mataría, pero el mero hecho de verla con el rostro amoratado y retorciéndose ya valdría la pena. Desafortunados accidentes ocurren todos los días.

8:50 am. Luís llega tarde. En menos de cinco minutos se ha vestido y alcanzado el portal. Ya en la calle, descubre con desagrado que él también ha olvidado su paraguas. Enfundándose la capucha del anorak emprende el camino que, sólo unos minutos antes, habrá recorrido Ana. Se la imagina corriendo, como alma que lleva el diablo, en un desesperado esfuerzo por poner distancia. Pero esto es imposible -se dice mientras camina- y los dos lo saben, desde el preciso instante en que decidieron permanecer juntos con la secreta esperanza de que fuese el otro quien abandonara, el que dijera basta.

10:38 am. En la oficina, Luís no logra concentrarse. Lee y relee veinte veces el mismo correo sin asimilar una sola palabra. Se pregunta qué estará haciendo ahora Ana, con suerte tal vez comparta su mismo humor de perros y haya decidido rendirse por fin. Tiene que hacerlo.
Marca su número. Corta la comunicación sin esperar a la señal. Vuelve a marcarlo. Contiene la respiración. Esta vez consigue aguantar hasta el tercer tono. Cuelga al oír su voz.
La mañana transcurre interminable y el reloj se resiste a marcar la pausa para la comida. Hoy sólo la ha llamado cinco veces.

14:30 pm. Luís se reúne con unos compañeros en la cantina. Los meses de práctica le permiten ocultar su irritación tras un rictus que se confunde con el sarcasmo. Una rubia de Contabilidad se sienta a su lado. El penetrante perfume con el que se ha rociado envuelve a Luís en una suerte de letargo, arrastrándolo a entablar conversación con ella. Enfundada en sus pinturas de guerra, la rubia se eterniza en un inagotable parloteo. Antes de los cafés ya le ha anotado su teléfono en una servilleta. Luís se lo guarda en un bolsillo y abandona la mesa pretextando trabajo.

Ana nunca se pintaría tanto.

18:45 pm. Luís se ha quedado solo en la oficina. Hace horas que terminó pero se resiste a marchar. Tiene que hacer tiempo como sea. No puede regresar el primero.
19:33 pm. En el metro, la multitud se agolpa en el andén. Luís logra colarse en el último vagón antes de que el convoy cierre sus puertas. Con mucha dificultad, se hace con un hueco en un rincón. Imposible quitarse la chaqueta. Luís se resigna a sudar, maldiciendo a los políticos que animan a utilizar el transporte público.
En la siguiente parada el vagón se vacía un instante para dar paso a un nuevo alud de viajeros. Una pareja de mediana edad queda encajada a su derecha. Luís saca un libro de la cartera e intenta concentrarse en su lectura.

20:05 pm. El escandaloso silencio de la pareja termina por llamar su atención. Con el libro todavía en la mano, Luis levanta la vista. Entonces descubre que sus compañeros de viaje están inmersos en una apasionada y muda conversación. El hombre dibuja palabras en el aire, con el ímpetu del que tiene mucho que explicar y la mujer le observa embelesada, asintiendo feliz a cada una de sus calladas afirmaciones. Sólo en ocasiones, toma ella el relevo en la charla, deteniendo delicadamente la mano de él con la suya, para pasar a dibujar a su vez, signos más pausados y rítmico.Luís cree ver como las palabras salen por la yema de los dedos de la mujer y vuelan hasta colarse por el oído de su acompañante; que seducido por ellas, la rodea con ternura por la cintura. Intenta recordar la última vez que Ana lo miró con esa misma expresión devota. Es posible que no lo llegara a hacer nunca -concluye- y si lo hizo, fue hace tanto que ni se acuerda. Y aunque su cabeza no logra rescatar del olvido la imagen de una Ana incondicionalmente enamorada, una absurda sensación de certeza le asegura que así fue.
20:25 pm. En algún momento que no sabe precisar, Luís ha salido del metro. Tampoco recuerda el instante en el que ha llegado por fin a la plaza, desde donde observa ahora el balcón de su casa. La luz de una bombilla se cuela a través de los cristales del ventanal. Ana ha regresado.

20:30 pm. Luís sube las escaleras de dos en dos y alcanza el rellano del segundo piso sin aliento. Con mano temblorosa introduce la llave en la cerradura y abre la puerta, procurando no hacer ruido. Recorre el pasillo en penumbras hasta alcanzar el salón. Ana está sentada leyendo una revista y no ha advertido su presencia. Luís se acerca en silencio y se arrodilla ante ella, colocando las manos sobre sus ojos. En un respingo, Ana deja caer la revista e intenta liberarse de la improvisada venda. Entonces cuando Luís desliza las manos hasta su cuello y empieza a apretarlo con progresiva fuerza. La expresión de sorpresa de Ana se transforma en horror y su lucha por liberarse pronto se revela inútil. En un último gesto de conciencia, Ana levanta una mano y la deja caer, dibujando una súplica en el aire.

El silencioso mensaje de socorro termina por colarse en la mente de Luís, que logra, al fin, rescatar del olvido la imagen de una Ana incondicionalmente enamorada.

1 comment:

  1. Me gusta el tratamiento psicológico, a veces casi "tunelesco" de Luís, sobre todo al interaccionar con el mundo. Yo le buscaría un final no tan delineado, un poco más sugerente, sin necesidad de hacerlo caer, sino dejándolo en el alambre.

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