1.2.10

MIEDOS Y MITOS_Delfín G. Marcos (ejercicio para Nuevas Formas, nuevos ámbitos)

Por cuestiones biológicas de género que desconocía y que aún le tienen intrigado, David nunca consiguió masturbarse sin la ayuda de material audiovisual. No era capaz de mantener su mente en blanco sin que la erección se le desinflase en la mano. Por eso acostumbraba a hacerlo pensando en las chicas de su clase. Si había escuchado su voz, le resultaba mucho más sencillo excitarse. Si habían entablado alguna conversación directa, cara a cara, le era inevitable hacerlo. Después de archivar todo el material audiovisual en su menuda cabeza, se encargaba de recrear los escenarios en su mente, y las voces (de ahí la importancia de haberlas escuchado hablar, porque la verosimilitud contribuye para que sea más excitante). Les atribuía actitudes que, sin duda, sus compañeras de doce años aún no habían desarrollado. Aún así, imaginárselas de esa guisa no era del todo descabellado. Le era inevitable, y desconocía David si lo era para todo el mundo. Tampoco quería pensarlo demasiado. Masturbarse era algo suyo, y de nadie más. No estaba obligado a rendir cuentas ante nadie, y las imágenes mentales de sus compañeras quedaban libres de derechos. Su cabeza era su escondite y, siempre que no fuese verbalizado, lo que allí ocurriese quedaba al margen de la leyes de la moral.

Se extrañó cuando Jorge, su compañero de clase, le pasó un cd a escondidas durante el recreo. “David, cópiatelo en tu ordenador y tráemelo mañana. No se lo digas a nadie, ¿entendido?”. Con este cd, Jorge le agradecía a David el haberle regalado el cromo que le faltaba en su colección, ayudándolo a ser el primer niño del pueblo en completar el álbum. Cuando David llegó a casa, comió lo más rápido que pudo, sin masticar. Su madre se extrañó. A David nunca le gustaron las lentejas, y aún menos si tiene que comerlas un viernes. Se encerró en su cuarto, musitando aún en un rincón de su boca la última cucharada de lentejas. Encendió el ordenador. Eran archivos avi. Tardó poco en saber de qué iban los vídeos, eligiendo uno y saltando azarosamente adelante y atrás con el cursor. Creó una carpeta, y la llamó con un nombre disuasorio: “apuntes“. Allí escondió el contenido del cd.

A David le costaba mucho dejar para otro momento las cosas que le apetecían. Por eso no desperdiciaba ninguna de sus erecciones repentinas. En sus cascos, los gemidos de la chica del vídeo se escuchaban acompasados con los bramidos del chico. No pudo asimilar las imágenes que aparecían en la pantalla de su ordenador, inconcebibles para su mirada pueril. Sin embargo, se masturbó. Pronto sintió en sus mejillas un picor cálido. Olía al cloro de las piscinas. Cuando volvió a abrir los ojos, se asustó al ver que su uretra había escupido un líquido transparente ( la casualidad quiso que su primera eyaculación coincidiese en el tiempo y el espacio con su descubrimiento del cine porno ). Sin embargo, aquella noche no pensó en su semen. No pensó en los inconvenientes de tener que masturbarse, de ahí en adelante, sosteniendo un trozo de papel higiénico con su mano izquierda. Tampoco pensó en lo curioso de que su eyaculación fuese coetánea al visionado de cine porno. Lo que ocupó su cabeza aquella noche, tendido en la cama, con la luz apagada y los ojos bien abiertos, era aquella polla. Fue tal el impacto que produjo en David que, pensando en el tamaño de aquello, tenía la sensación de que la imagen no cabría en su pequeña cabeza. No podía conciliar el sueño. A cada momento corroboraba, subiendo con una mano el edredón y con la otra el pantalón del pijama, que en efecto su pene era, en comparación con la polla de aquel actor, un pene.rar.

“Jorge, ¿has visto la polla del tipo con bigote que aparece en el vídeo? ¡Tío, es tres veces la mía!”
“David, ¿cómo has podido fijarte en eso con las tetas que tiene la rubia? ¿no serás gay, no?

David no tardó en borrar todos los vídeos de su ordenador. Antes se había dado una segunda oportunidad. Se había masturbado de nuevo, esta vez con otro de los vídeos. Sin embargo, cuando el picor había sonrojado sus mejillas, de nuevo se atormentó. La polla del segundo actor no sólo era de dimensiones bíblicas, sino que además era ultravenosa, y el glande brillaba como un faro a pie de playa. No dejó ni rastro de los vídeos. Volvió a las andadas. Las pajas a la vieja usanza, que tantos placeres le habían proporcionado, no sólo no tenía efectos secundarios, sino que le ofrecía la oportunidad de practicar el onanismo portátil, sin depender de archivos avi, ni jpeg. La imaginación transportaba a David a paraísos construidos a medida desde cualquier lugar. Una ficción infinitamente más verosímil que la que ofrecía el porno.

Pasó el tiempo hasta sus catorce años. Aquel fue un verano, como siempre, más caluroso que todos los anteriores. En casa de sus abuelos las chicharras cantaban a coro, y sin desafinar una nota. Las ondas de la superficie de la piscina hacían que su figura temblase bajo el agua. Estaba sólo en la piscina, disfrutando del tacto suave y quieto de su piel sumergida. A los pocos minutos, el líquido ya blanquecino flotaba en el agua. Los olores a cloro se fusionaron. David ya conocía la contingencia de correrse, pero aún había cosas que se le escapaban. Creía que sus espermatozoides vivían eternamente, cuando lo que en realidad ocurre es quePor ejemplo, la impaciencia de los espermatozoides, que se inmolan en su desdicha de no encontrar la mucosa del cuello del útero (la inmolación de los millones de los espermatozoides que viven en el semen de una sola eyaculación genera tanto almidón como el que hay en una botella de 5 litros de cloro para piscinas). David pensó que su esperma encontraría en las aguas de aquella piscina un lugar donde vivir a sus anchas. Por eso, cuando su tía María apareció con el bikini puesto, se aterrorizó. Ella bajó las escalerillas muy despacio, replegando sus hombros hacia el cuello, sin disimular que el agua estaba demasiado fría para su gusto. David la contemplaba impávido. Ni rastro del semen flotante. “Mierda, ya se ha desperdigado. Está por todos lados”, pensó.

Aquella misma noche David le confesó al tío Lucas que era muy probable que la tía María estuviese embarazada, y que él era el padre de la criatura. El tío Lucas contuvo la carcajada, y le pidió que le explicase en qué circunstancias había dejado embarazada a la tía María. Por ello, tuvo que explicar también el porqué de haberse masturbado en la piscina. David tiró del hilo en la conversación y, sin saber muy bien porqué, el motivo de las pajas portátiles lo llevó a definir su animadversión a masturbarse con películas porno. Uno nunca olvida ningún trauma, o al menos nadie lo consigue hacer del todo.

“Entiendo, David. Es normal que te preocupe. Yo también he pensado mucho en eso del tamaño. Es algo que a todos nos ha preocupado, en mayor o menor medida. Pero, ¿sabes cuándo dejé de preocuparme? Cuando un amigo, al que también le inquietaba el tamaño, me confesó la gran verdad: no es que los actores porno tengan unas pollas descomunales, sino que son las actrices las que tienen las manos muy pequeñas.”

1 comment:

  1. Me has ayudado a rememorar esos "grandes" traumas de la infancia. Gracias Delfín :P.

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