2.2.10

(Mito de origen) Las rubias son tontas

(Mito de origen) Las rubias son tontas

Expulsado del paraíso terrenal, Adán tuvo que enfrentarse a las cuestiones existenciales sin otra ayuda que la de su mujer, Eva. Dios ya no se paseaba por las verdes alfombras salteadas de árboles y arbustos con hojas de mil colores en busca de su creación para tomarse un café y departir acerca de lo humano y lo divino. No, Adán estaba solo, con Eva y sin Dios.

Mientras estuvo en el Edén, Adán se contentaba con apuntar sus dudas en una tableta de barro y mostrársela a YHWH cuando estaba llena. El dios de Abrahán, Isaac y Jacob se apoyaba en el tronco de una secuoya y con paciencia se pasaba mil años respondiendo meticulosamente a cada una de las preguntas planteadas por una de sus criaturas predilectas.


Así, Adán pudo aprender directamente del Creador todo acerca de la física, la química, la astronomía, la biología, la zoología, la medicina, la teología, la filosofía y, cómo no, de la literatura.

Ésta última ciencia digamos que le fue revelada íntegramente por Dios. Adán no pudo ni siquiera sospechar que los monólogos con que Eva se relacionaba con él, y que ella siempre empezaba con un “hablemos”, en plural, podían convertirse en arte. La literatura, decíamos, fue una ciencia revelada por Dios para que Adán pudiera, una vez expulsado del paraíso, escribir el mito de la creación.


De lo que Adán nunca pudo hablar con Dios fue sobre mujeres. No porque sólo hubiera una, sino porque antes de abordar este tema, la mujer que Dios había dado a Adán le dio una manzana que los llevó a dormir bajo el puente.


Con el tiempo, Adán percibió que de entre todos los misterios, Eva era el mayor. Eva era especialmente atractiva a los ojos de Adán. Y ella decía que lo encontraba guapo. Eva era esbelta, con curvas, manos pequeñitas y de anchas caderas. Sus labios eran rojos como las rosas y sus ojos, además de tener una propensión inexplicable a soltar lágrimas, escondían un secreto indescifrable.


Adán, fascinado por la belleza de su mujer, se preguntaba porque ella nunca entendía nada. Pero nada de nada. Él se esforzaba en explicarle las cosas, cuando ella le dejaba, y ella parecía que se esforzaba en no entenderlas. Finalmente, Adán llegó a la conclusión inevitable de que era tonta. Muy pero que muy tonta. Pero la cabellera larga y generosa, rubia y brillante como los chorros del oro, le obligaban a perdonarle su falta de inteligencia.


Así que Adán apuntó una serie de preguntas sobre la mujer para ver si algún día Dios podía respondérselas. Adán se hizo un zurrón con la piel de un zorro y siempre llevaba encima su tableta para apuntar todas las preguntas que le surgían acerca de Eva y, si alguna vez se tropezaba con Dios, sacarla en seguida y entregársela a YHWH.


Ese día llegó. Ignoramos si fue la misericordia de Dios que conocía la aflicción de Adán o es que YHWH, sin darse cuenta, se salió de los límites del Edén y cuando vio al hombre ya era demasiado tarde para esconderse. El caso es que Adán sacó la tableta y empezó a disparar.

- Dios, ¿Por qué hiciste a la mujer tan bella?

- Para que te enamoraras de ella.

- Y ¿Por qué tan limpia y ordenada?

- Por lo mismo

- Y ¿por qué…,- y así hizo Adán un sin fin de preguntas hasta que al final le preguntó:

- Y ¿por qué rubia cuando yo soy moreno?

- Adán, ¿no lo pillas o qué? Pues por lo mismo, para que te enamoraras de ella.

- Vale, si todo es para que me enamorase de ella, entonces ¿por qué la hiciste tonta de remate?

- ¡Buena pregunta, Adán! Para que se enamorara de ti, ¿no te parece divino?


Adán reconoció la sabiduría del Creador y lo despidió. Y se puso a pensar en cómo podría reflejar tal verdad antropológica en su relato de la creación. Después de mucha reflexión empezó a escribir el mito de la creación más famoso que se puede leer en los primeros versículos del Génesis.


Gracias a sus conocimientos en todas las ciencias no tuvo problema en describir la formación del mundo y todo lo que él contiene. Sin embargo, cuando llegó el momento de narrar la aparición de la mujer, Adán se paró en seco. Estaba claro que si ese texto iba a quedar para la posteridad no podía escribirlo de cualquier manera. Una explicación sin tacto podría acarrear un grave castigo por parte de Eva. Una ilustración demasiado obvia podría invitar a los hombres a despreciar a las mujeres y a considerarlas inferiores. Adán quería transmitir lo que Dios le había contado acerca de las mujeres pero sin insinuar que la mujer no merece el mismo respeto que el hombre.


La empresa era difícil. Después de darle muchas vueltas, atinó en escribir que Dios sacó a la mujer de la costilla y no de la cabeza de Adán. Eureka! Esta era la mejor metáfora para condensar la larga conversación que tuvo con Dios sobre la mujer. Y es que las costillas se encargan de proteger el corazón, recipiente del amor, la ternura y todos los sentimientos que Eva albergaba por Adán. El hombre por tanto, debía entender que, a los ojos masculinos, la mujer siempre está más preocupada en amar que en pensar y en sentir que en entender.


Lamentablemente, los teólogos se han perdido en la metáfora y han llegado a conclusiones disparatadas de las que recientemente nos estamos recuperando. Desgraciadamente, los hombres siguen empeñados en comprender a las mujeres con la cabeza en lugar de intentarlo con el corazón. Y lo peor de todo, y he aquí la génesis, el mito de que las rubias son tontas sigue presente en el imaginario colectivo.


Ruben SS

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