1.2.10

sirg anigáP (Wílmar Cabrera Pinzón - Ejercicio sobre mito de origen, para Nuevas Formas)

sirg anigáP (Wílmar Cabrera Pinzón - Ejercicio sobre mito de origen, para Nuevas Formas)

Solo hay este muro, orum etse yah oloS. Todo es gris. En este lugar solo hay dos dimensiones. Nosotros somos un plano. Vertical y horizontal. Nuestra libertad para hacer algún movimiento está limitada por este espacio, pero somos libres. ¿Es un espacio? Parece que estuviéramos atrapados, pero fuimos, de forma sutil, trasladados aquí. ¿Cómo? Todavía no me lo explico. Somos libres dentro de esta especie de esclavitud. Vemos el mundo, del que fuimos sustraídos, por esta especie de ventana. Es gris como todo en este lugar. ¿Dónde estamos?

Poco a poco me voy dando cuenta. Aquí no hay noción de tiempo. Yo soy Dobleuve, en aquel otro mundo fui periodista. Llevaba una vida normal. Jugaba fútbol los domingos y entre semana corría detrás de la noticia. Entonces bromeaba con mis compañeros de redacción. Les decía que “esas cosas, que llaman noticia, siempre esperarían al periodista, pues la noticia sin periodista, no es noticia; en cambio, el periodista sin noticia, sigue siendo periodista. Tengo un carné que lo afirma”. Les decía y reía con sorna. Quería gestar el nacimiento de otro tipo de hacer periódicos. NPR le llamé. Nuevo periodismo relajado. Periodismo sin estrés. “Porque la verdad se inventa y la mentira es una gran falta de imaginación”, les repetía en medio largas jornadas de cerveza y café. Pero me tildaron de anormal. Por eso comencé a ponerle respuestas a mis entrevistados que no contestaban. A expresar opiniones que los protagonistas de esas noticias no decían, porque no les alcanzaban las palabras o la rapidez mental. Comencé a hacer ficción dentro de la realidad. ¿Acaso la realidad no es otra ficción avalada por los diarios? Hasta creamos, en contraposición a la seria y acartonada Unidad Investigativa, la leve e informal Unidad Especulativa de El Tiempo, el principal diario del país donde vivía. Nuestra razón no era ser fiel a los hechos sino a nuestra capacidad de crear hipótesis sin base real. Nuestra razón era ser fiel a lo escrito. Ahí fue cuando, los de aquí, establecieron comunicación conmigo. Yo no contesté, el hecho de que te contacten, ya es decir sí. El hecho de que te hablen los seres de este lado, ya es decir que estás aquí. Todo es gris. Cuando escribo, para que me entiendan los que vienen a ver esto, ísa ogah ol. Lo que al principio ratcader are olos, ahora ya lo hablamos. Y lo digo en plural porque no soy solo yo. Hay más como yo aquí. Hemos creado un idioma para comunicarnos. Y lo hablamos, suena raro, orar aneus. Pero uno se acostumbra. Además, aquí no hay tiempo.

El otro día conocí a CeChe. También en el otro mundo, como yo, era periodista. Y me contó algo parecido. Poco a poco fue metiéndole a sus historias -noticias para otros-, pequeños cosas que se inventaba. El color de una puerta, el color de una pared. Un gesto en la cara de una persona. “Nadie lo notó”, me dijo. “Es más, hasta llegaron a felicitarme por ser ‘muy observador, ahí radicaba el buen periodismo’. Yo no lo podía creer”. Y como el adicto a una droga dura, cada vez necesitaba más y con mayor regularidad, meter algo de su propiedad se hizo algo vital. Cuando no lo hacía, el artículo cojeaba. Así termino escribiendo noticias inventadas, en su totalidad, que a los lectores de ese diario les gustaban más que las escritas en otras secciones. “Este si tiene olfato de periodista”, decía su director, orgulloso, frente a toda la redacción. Creo que por eso está aquí.

Nuestros guardianes -no sé si esa es la palabra correcta-, como frailes de monasterio, van y vienen. A veces nos hablan. A veces no. Caminan entre nosotros. Los veo pasar de vez en cuando. Allí están. Deere: preciso y diplomático; Eefe: introvertido y sagaz; Jotace: joven y elocuente experto en muertos; Jotamas: veterano y experimentado con aires de Quijote; Jotai: elegante y de buen tono; Emeo: observador y crítico; Emege: he tratado poco con él; Josemi: sensiblemente poético; y Jotaa, este último es el que más habla, parece apóstol en el Día Final.

Aquí no comemos lo del otro mundo. Nos alimentan literalmente de lo que allá se conoce como libros. Lo último que me comí fue Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos. Bien podría definirse como un platillo de cocina experimental, tipo los que hacía Ferrán Adría, en el otro mundo. El plato de Martín-Santos es bueno, sabe a todo Madrid. No deja nada por fuera. Dan ganas de comer más, y eso que al principio no sabes que estás probando. Hay que rumiarlo bastante para que se digiera. ¡Ah! También nos dan letras como postre. Pero a mí no me gusta la hache, no sabe a nada.

A propósito de comida. No solo somos periodistas los contactados. También está Jotale, un chef que comenzó a hacer cosas nuevas en la cocina de Jerez, pero el pueblo le quedó pequeño. Tonice, un abogado que creó nuevas formas de interpretar el derecho, pero sus compañeros lo juzgaron y penalizaron. Emere, una filóloga que descubrió nuevas palabras, pero no fueron aceptadas y casi muere en la hoguera de la Real Academia de la Lengua, esa otra inquisición, con sus Torquemadas, que existe allá. También, entre otros, están: Efere, una marinera italiana que le puso nuevos nombres a mares por donde nadie había navegado antes, y su compatriota Emele, que fue expulsada de Cerdeña por tratar de conjugar una nueva lengua entra el sardo y el italiano. Tampoco hay que olvidar a Emely, un peruano lingüista que le ponía sonidos diferentes a las letras del establishment en su país y que tuvo, antes de estar aquí, pasar por el exilio parisino.

Hay otros, sorto yaH. Muchos más, claro; oralc sám sohcuM. Aquí, dentro, vamos y venimos. En estas dos dimensiones: vertical y horizontal. ejasnem etse rednetne arap esracreca la sarac sal namrofed es omóc, odnum-anatnev atse ed etnerapsart sirg le rop oev arohA. Si estás leyendo esto, quizás si esfuerzas tu mirada, me puedas ver entre líneas. Sí, aquí estoy. Mientras eso, yo estoy viendo tu cara deformarse como en esos espejos de feria o circo. Veo tu nariz gigante y tu cabeza chiquita. Casi que la puedo tocar.

A pesar de lo gris y lo limitado del espacio, me gusta estar aquí. Es estimulante. Sin embargo espero volver allá, donde estás tú. Cada vez estamos más alimentados, la especie de religiosos que nos guían me han dicho que nos devolverán cuando cada uno de nosotros pueda caminar sobre su propia letra. Cuando cada uno de los que estamos acá pueda escribir sus propias poesías, cuentos, ensayos y novelas. Cuando nos encontremos a nosotros mismos, que al final es como definir nuestro propio estilo. Por el color de aquí, del espacio que rodea este mensaje, Ahora solo tengo una pregunta: ¿Será que Josep Pla, en su momento, también estuvo metido aquí y de ahí El cuaderno gris?

1 comment:

  1. Wilmar, la segunda enumeración se justificaba por sí sola dentro del mito de origen de una clase del máster, estrapolándola al papel. Creo que deberías habérselo dicho a Eloy. Tampoco creo necesario esa justificación, ¿Es necesario explicar lo fantástico? Creo que la imagen de seres bidimensionales sobre el papel es fidedigna a como nos sentimos a veces, personalidades hechas de papel.

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