1.2.10

Asensio y yo (Javier López, ejercicio de Nuevas formas y nuevos ámbitos)

Asensio y yo.

La última vez que vi a Asensio yo tenía veinticinco años. Ahora, cumplidos los veintiséis, seguimos sin coincidir. Para no exagerar, realmente solo llevo más dos meses y medio sin saber de él. Es un asunto incómodo pues, no obstante, se trata de mi compañero de piso. De pequeña, me enseñaron que las personas con las que vives deben ser algo más que las personas con las que vives. Recuerdo una época acorde a ese ideal, cuando convivíamos en el salón la mayor parte del tiempo que pasábamos en casa, cuando los compañeros de piso no se parecían a esa gente con la que coincides en el metro. Veíamos películas en el salón, compartíamos cervezas, reconvertíamos insulsas tardes de domingo en un nido de confesiones. De eso hace ya un par de años. Ahora, solo existimos en el estrecho margen de nuestras habitaciones y el salón se ha convertido en un páramo. Es la vida, que transcurre a tal velocidad que en poco tiempo debes redefinirte, replantearte el sentido de tu existencia, yo misma lo hago, y claro, no hay un alma que se arraigue a un lugar, no hay quién permanezca más de dos estaciones en un piso ubicado en la gran urbe. O quizás no tenga nada que ver con eso, qué se yo, quizás responda estrictamente a cuestiones prácticas y por eso la gente se va, quizás no les guste el frío polar del piso, el ventanal, que es inmenso y no nos hemos preocupado de ponerle cortinas o que tengamos un fregadero a baja altura y acabemos con las espaldas destrozadas. Del tráfico de rostros en el que de un tiempo a esta parte se ha convertido este quinto derecha, Asencio es el único que apostó fuerte por otorgarle una identidad, aunque como ahora, se trate de una identidad fantasma.

Hoy, su trabajo le ha absorbido esa esencia vital de la que hacía gala tiempo atrás. Los nuevos compañeros de piso, Eva y Jorge, instalados en sus habitaciones desde hace tres semanas, ni siquiera le han visto. Entienden que existe gracias a mis referencias, a mi nostálgica evocación hacia otros tiempos, a que me han añadido en su cuenta del facebook y han visto fotografías de Asensio cocinando espaguetis, en el salón, por los pasillos o una que tenemos cada uno con un sombrero. Porque Asensio es muy de llevar sombrero. De sombrero, gabardina y bufanda, para ser exactos. Me recuerda a John Turturro en aquella adaptación al cine de un relato de Stephen King. La realidad es que su aspecto ha cambiado. Ya no es tan jovial ni recuerda a un chico extraído de la campaña de marketing del pull&bear, ahora podría pasar inadvertido en una foto del paisaje urbano, sus tonos al vestir oscilan entre el gris y el marrón oscuro, a veces negro o verde cacería… pero los naranjas, amarillos, azul cian o rojo han pasado a mejor vida. Hasta su mirada era lánguida la última vez que lo vi.

Se nos hace difícil coincidir, a él lo explotan en el trabajo tarde y noche, yo estudio por las mañanas. Cuando me levanto, él duerme, cuando duermo, él ronda por el piso. Él es un amante de la noche y yo no sé vivir sin el calor del sol. Nuestro presente es un destello reminiscente desde que otra realidad se ha impuesto obligándonos a vivir a su manera. O de otra forma, cada uno se ocupó en su ritmo de vida y el resto quedó hacinado en algún rincón de la memoria. En abstracto, un piso compartido es el arte de compartir mundos. De elegir qué parte de ese mundo se puede compartir y qué otra conviene no hacerlo. Lo malo es cuando esos mundos se encierran en sus habitaciones y sólo se oxigenan en el momento de ir al baño, cocinar o poner una lavadora. De Asensio ya no recuerdo su mundo, será cuestión de sentarnos uno de estos días y tomar café al calor de la estufa, como antaño.

Al menos aún me quedan las noches, desde la vigilia sigo disfrutando con él, de los pasos de sus botas militares decididas a abarcar el eco del pasillo, del sonido del calentador de gas mientras toma una ducha, de esas inconscientes conversaciones que mantiene a altas horas de la madrugada a través de su teléfono móvil o del sonido de los platos cuando le da por fregar. Asensio siempre ha sido así, irregular como los dientes de un serrucho.

Y eso es difícil de entender. Su espectral vida ha acercado la paranoia a quiénes les rodean, Eva, sin ir más lejos, me abordó ayer preguntándome acerca de detalles intrínsecos a la vida de Asensio; que cuál es realmente su procedencia, que cómo se llamaba su última pareja, el número de su talla de zapatos… como si yo lo supiera todo de él. Quizás se sienta atraída por Asensio y crea sabiendo más, aumentarán sus opciones a la hora de acercarse a él. Y no se trata de eso. En realidad, uno es libre siempre y cuando respete las libertades ajenas. Y Asensio nunca ha infringido esa norma básica, por tanto, no podemos exigirle una convivencia comunitaria ahora que anda tan ajetreado, siempre trabajando. Si comparte la vida a sorbos, es asunto suyo. Por eso me extrañó también que Jorge viniera quejoso porque la habitación de Asensio siempre estuviera cerrada. Y más que lo estará si anda fisgoneando. Además, es de lo más normal si andas un par de días de viaje o te quedas en casa de algún amigo.

De cualquier modo, esta mañana he entrado en su habitación para procurarle algo de ventilación. Como habitúa, sus persianas estaban echadas y parecía de noche. Apenas había ropa y sobre su cama yacían revueltas las mismas sábanas que cuando llegamos al piso, qué tiempos aquellos. En la mesa se contaban algunas latas vacías de cerveza y nada más. Ha quitado incluso los posters que adornaban la pared, ¿redefiniéndose, quizás? Ay, Asensio, siempre viviendo con lo mínimo, entendiendo que la vida no descansa en lo material sino justo en otra parte, qué será de mí el día que decidas irte de veras.

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