31.1.10

"La sombra" por Juan J. Rastrollo (Opción B)

De un pisotón atrapó su sombra. Se mantuvo inmóvil durante unos segundos sin saber si era mejor moverse o dilatar aquellos momentos de felicidad después de la galopada que se había dado. Entonces pudo rememorar los cinco minutos anteriores que le habían llevado hasta allí en aquella aciaga mañana.
Después de recoger su maletín de piel, el vecino del Primero B, salió a la calle despeinado, con su abrigo gris de espiga y anudándose la bufanda en dirección contraria a las agujas del reloj. Se abrazaba a su maletín a la vez que sostenía su paraguas preferido también rematado con escogidos bordes de piel gris. Ensimismado en tan acorde sinfonía de ademanes rutinarios, el vecino no se había dado cuenta de que ya había dejado de llover y no era necesario de momento abrir el paraguas. Un tibio sol asomaba desde las azoteas de los edificios de la ciudad y el vecino empezaba a tener esa sensación de bochorno propia de alguien que en mayo sale a la calle vestido de crudo invierno. Decidió entonces desmontar su armadura de exquisitos paños y con una sonrisa displicente miró su entorno. Vio que los transeuntes caminaban apresuradamente a sus tareas acompañados de sus respectivas sombras que les seguían con ávido desasosiego. Súbitamente miró hacia el suelo y vio el perfil de su sombra. Esto le pareció algo extraño habida cuenta de que la estaba mirando de frente. Se volvió hacia atrás para ver si el sol seguía ahí y efectivamente lo estaba. Giró de nuevo la cabeza y vio cómo su sombra huía dando pasos agigantados. Sin pensarlo salió corriendo atravesando la calle tras su sombra que iba en dirección hacia la avenida. Él corrió hasta llegar al semáforo que se le puso en rojo. Ya para entonces la sombra había cruzado el paso de cebra burlando la intermitencia del semáforo. Tras unos instantes de espera, continuó la persecución y el vecino pudo otear que la sombra se había detenido y se miraba de arriba abajo. Estará reconociéndose a sí misma, pensó el vecino del Primero B mientras corría y acortaba la ventaja con respecto a la sombra. En eso pisoteó una hoja de un periódico que curiosamente había ido a parar a sus pies y cuyo titular decía “Me llamo Rubén y estoy embarazado de gemelos”. Se detuvo a reflexionar sobre lo que había leído, pero, al instante, continuó su carrera tras su sombra y pensó que se estaba volviendo loco.
Tras unos minutos de idas y venidas por las calles del barrio, la sombra se dirigió al Parque del Este y el vecino, apresurado, empezó a desprenderse de la bufanda, del abrigo y del paraguas. Con respecto al maletín, lo asió fuertemente aferrándose a él como si fuese lo único que le quedaba tras la pérdida de su sombra.
La sombra se dio un respiro y se introdujo en el primer vergel que halló al entrar al parque. Era consciente de que ya no era una sombra negra y que la verdura actuaría como su aliada; pero, en cuclillas, estando escondida y confiada, sintió un peso enorme que la dejó aplastada en el césped. Un Lottusse del cuarenta y cuatro la sometió durante unos segundos, los suficientes como para que agonizara y se desintegrara en el césped en una especie de polvo gris.
Tras la desaparición de la sombra, el vecino cayó desplomado al suelo como atraído por el vacío.

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