31.1.10

"Sólo decirte" por Jennifer Puertas Duque (Opción A)

Un día soleado. El mar bajo nuestros cuerpos. EL cosquilleo de las olas, acariciándonos la planta de los pies. El barco azul a lo lejos. Tu mirada clavada en mis pupilas, pidiendo a gritos un beso. Mi boca buscando la tuya, jugando al tímido disimulo propio de la edad. Mi tropiezo con el castillo de arena y mi torpe caída, que provocó la carcajada de ambos. ¿Recuerdas? Eso te hizo desearme más. Decías que esa inocencia era la que me hacía distinta, esa sensibilidad de la que yo siempre me quejaba e intentaba ocultar con una coraza imperturbable y frívola. Nunca me gustó sentirme vulnerable. Sin embargo, ¡ya ves!, eso era lo que más te gustaba a ti. Qué paradójico, ¿no? Pero ¿qué es la vida sino una paradoja? Cuando más feliz me siento, la muerte me pisa los talones y ha decidido arrebatarme mis sueños, forjados a fuego, fuego que ahora se convierte en enemigo traidor.

Allí comenzó todo: en aquella playa. La historia de nuestras vidas, entrelazadas desde entonces como una enredadera ansiosa de expandirse, a la que hay que encauzar para que no se escape demasiado lejos, a otros jardines solitarios.
Y ahora aquí estoy. Un día soleado pero distinto a aquel. Entonces, el fuego que me quemaba era el deseo de fundirme en tu pelvis. Ahora, el fuego, ya próximo, derrite esa figura carnal. El edificio huele a desesperación; puedo oír los gritos desde las oficinas colindantes. Pienso en tirarme por la ventana. Mejor eso que esperar a que la muerte me alcance; prefiero una muerte rápida a morir lentamente, sintiendo el dolor en cada punto de mi cuerpo, pero el rudo asfalto bajo los cimientos no invita a lanzarse al vacío…

Tu mirada: lejana e ignorante, preparando una cena para dos. ¡Qué ironía!

Intento mantener la calma; creer en los milagros, pensar que estoy soñando, que nada es cierto ni siquiera que te quiera más que nunca. Saber que no te volveré a ver, me enloquece; siento ganas de arañarme la cara hasta sangrar, como si así fuese a encontrar algún resto de ti. La conciencia de la inmediatez letal me angustia y turba por momentos. ¡No soportaría el olor quemado de mi propio cuerpo, verme rodeada por las llamas sin escapatoria! Uno nunca piensa que le vaya a tocar. Y menos tan joven, de un modo tan cruel. Sin embargo, llega sin avisar, poniéndote una mordaza para que no grites ni te quejes. . Te ata de pies y manos; dejándote inmóvil y aterrorizada, como si en ese momento el cañón de una pistola enfriara tu sien.

Recopilo imágenes, instantáneas de lo que fuimos. Visualizo los frames de mi existencia en este mundo complicadamente bello. Nuestros proyectos se truncan aquí, en este despacho gris, ausente de vida, casi sin oxígeno. El humo negro es irrespirable, está colándose entre las rendijas de la puerta; me siento mareada, tengo sueño. Sólo decirte q____

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