Allí comenzó todo: en aquella playa. La historia de nuestras vidas, entrelazadas desde entonces como una enredadera ansiosa de expandirse, a la que hay que encauzar para que no se escape demasiado lejos, a otros jardines solitarios.
Y ahora aquí estoy. Un día soleado pero distinto a aquel. Entonces, el fuego que me quemaba era el deseo de fundirme en tu pelvis. Ahora, el fuego, ya próximo, derrite esa figura carnal. El edificio huele a desesperación; puedo oír los gritos desde las oficinas colindantes. Pienso en tirarme por la ventana. Mejor eso que esperar a que la muerte me alcance; prefiero una muerte rápida a morir lentamente, sintiendo el dolor en cada punto de mi cuerpo, pero el rudo asfalto bajo los cimientos no invita a lanzarse al vacío…
Tu mirada: lejana e ignorante, preparando una cena para dos. ¡Qué ironía!
Intento mantener la calma; creer en los milagros, pensar que estoy soñando, que nada es cierto ni siquiera que te quiera más que nunca. Saber que no te volveré a ver, me enloquece; siento ganas de arañarme la cara hasta sangrar, como si así fuese a encontrar algún resto de ti. La conciencia de la inmediatez letal me angustia y turba por momentos. ¡No soportaría el olor quemado de mi propio cuerpo, verme rodeada por las llamas sin escapatoria! Uno nunca piensa que le vaya a tocar. Y menos tan joven, de un modo tan cruel. Sin embargo, llega sin avisar, poniéndote una mordaza para que no grites ni te quejes.
Recopilo imágenes, instantáneas de lo que fuimos. Visualizo los frames de mi existencia en este mundo complicadamente bello. Nuestros proyectos se truncan aquí, en este despacho gris, ausente de vida, casi sin oxígeno. El humo negro es irrespirable, está colándose entre las rendijas de la puerta; me siento mareada, tengo sueño. Sólo decirte q____
No comments:
Post a Comment